sábado, 30 de diciembre de 2017

Meditaciones de navidad después de Epifanía 1 - San Alfonso María de Ligorio

Meditación de la adoración de los Magos
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Meditaciones para los días de la octava de la epifanía

Meditación I

De la adoración de los Magos


Nace Jesús pobre en un establo; y si bien le reconocen los Ángeles del cielo, los hombres de la tierra lo dejan abandonado. Solos unos pocos pastores vienen a visitarle. Más el Redentor quiere comenzar ya a comunicar la gracia de su redención, y por esto se manifiesta primero a los gentiles que le conocían menos.
Á este fin ilumina por medio de una estrella a los santos Magos, para que vengan a adorar a su Salvador. Este fue el principio y lo sumo de los favores hechos a nosotros, el llamamiento a la fe, al que siguió el de la gracia, de la cual los hombres estaban privados.
Ved los Magos, que sin tardanza se ponen en viaje; la estrella los acompaña hasta la cueva en donde está el santo Niño. Llegado que hubieron, entran, y ¿qué hallan?
Encuentran una pobre doncella y un pobre niño cubierto de míseros pañales, sin nadie que le corteje y asista. Pero ¡ah! Que al entrar en aquella gruta los santos viajeros, sienten un gozo nunca experimentado; sienten el corazón hacia aquel amado Niño que ven; aquellas pajas, aquella pobreza, aquellos vagidos de su pequeñuelo Salvador, ¿oh para los corazones iluminados!
El Niño les muestra un rostro alegre, y esta es la señal del afecto con que los acepta entre las primeras prendas de la redención. Miran después los santos Reyes a María, la cual no habla.
Permanece en silencio; más en su rostro bienaventurado que respira la dulzura del paraíso los acoge expresiva, y les da las gracias de haber venido los primeros a reconocer a su Hijo, que era para ellos su soberano.
Contemplad como ellos le adoran, aunque en silencio por reverencia, le honran como a su Dios al besarle los pies, y ofrecen sus dones de oro, de incienso y de mirra.
Adoremos nosotros con los santos Magos a nuestro pequeñito Rey Jesús y ofrezcámosle todos nuestros corazones.


Afectos y súplicas.
Amable Niño, aunque yo os mire en esa cueva, reclinado sobre la paja, tan pobre y despreciado, la fe sin embargo me enseña que Vos sois mi Dios bajado del cielo por mi salvación.
Os reconozco, pues, y os confieso por mi supremo Señor y mi Salvador; pero no tengo que ofreceros.
No tengo oro de amor, habiendo amado a las criaturas y a mis caprichos, sin amaros a Vos, bien infinito.
No tengo incienso de oración, porque he vivido miserablemente olvidado de Vos.
No tengo mirra de mortificación, cuando por no privarme de mis placeres he disgustado tantas veces vuestra bondad infinita.
¿Qué cosa, pues, os ofreceré? Os ofrezco este un corazón sucio y pobre cual es; aceptadlo y mudadlo. Vos a este fin habéis venido al mundo para lavar los manchados afectos de los humanos corazones, y así trocarlos de pecadores a santos.
Dadme el oro de vuestro santo amor; dadme el espíritu de la santa oración; dadme el deseo y la virtud de mortificarme en todas las cosas que os desagradan. Yo resuelvo obedeceros y amaros, pero Vos sabéis mi debilidad; dadme la gracia de seros fiel.
Virgen Santísima, Vos que acogisteis con tanto cariño y consolasteis a los santos Magos, acoged también y consoladme, que vengo ahora a visitar y a ofrecerme a vuestro Hijo.
Madre Mía, en vuestra intercesión confío muchísimo. Recomendadme a Jesús, a Vos entrego mi alma y mi voluntad. Ligadla por siempre al amor de Jesús.


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