sábado, 1 de julio de 2017

Domingo XIII ciclo a - San Juan Crisóstomo


AMOR SOBRE TODO AMOR
      El que ama a su padre o a su madre por encima de mí, no, es digno de mí. Y el que ama a su hijo o a su hija por en­cima de mí, no es digno de, mí. Y el que no toma su cruz y viene en pos de mí, no es digno de mí. Mirad la dignidad del Maestro. Mirad cómo se muestra a sí mismo hijo legítimo del Padre, pues manda que todo se abandone y todo se posponga a su amor. Y ¿qué digo—dice—, que no améis a amigos ni parientes por encima de mí? La propia vida que antepongáis a mi amor, estáis ya lejos de ser mis discípulos. — ¿Pues qué? ¿No está todo esto en contradicción con el Antiguo Testamento? — ¡De ninguna manera! Su concordia es absoluta. Allí, en efec­to, no Sólo aborrece Dios a los idólatras, sino que, manda que se los apedree; y en el Deuteronomio, admirando a los que así obran, dice Moisés: El que dice a su padre y a su madre: No os he visto; el que no conoce a sus hermanos y no sabe quiénes son sus hijos, ése es el que, guarda mis mandamientos*1. Y si es cierto que Pablo ordena muchas cosas acerca de los padres y manda que se les obedezca en todo, no hay que maravillarse de ello, pues sólo manda que se les obedezca en aquello que no va contra la piedad para con Dios. Y, a la verdad, fuera de eso, cosa santa es que se les tribute todo honor. Más, cuando exijan algo más del honor debido, no se les debe obedecer. De ahí que diga Lucas: El que viene a mí y no aborrece a su pa­dre, y a su madre, y a su mujer, y a sus hijos, y a sus hermanos, más aún, a su propia vida, no puede ser mi discípulo*2. Sin em­bargo, no nos manda el Señor que los aborrezcamos de modo absoluto, pues ello sería sobremanera inicuo. Si quieren—dice- ser amados por encima de mí, entonces, sí, aborrécelos en eso. Pues eso sería la perdición tanto del que es amado como del que ama.
HAY QUE ABORRECER LA PROPIA VIDA

      2. Con este modo de hablar quería el Señor templar el valor de los hijos y amansar también a los padres que tal vez hubieran de oponerse al llamamiento de sus hijos. Porque, viendo que su fuerza y poder era tan grande que podía separar de ellos a sus hijos, desistieran de oponérseles, como quienes in­tentaban una empresa imposible. Luego porque los padres mis­mos no se irritaran ni protestaran, mirad cómo prosigue el Señor su razonamiento. Después que dijo: El que no aborrece a su padre y a su madre, añadió: Y hasta a su propia vida. ¿A qué me hablas—dice—de padres y hermanos y hermanas y mujer? Nada hay más íntimo al hombre que su propia vida. Pues bien, si aún a tu propia vida no aborreces, sufrirás todo lo contrario del que ama, será como si no me amaras. Y no nos manda sim­plemente que la aborrezcamos, sino que lleguemos hasta entre­garla a la guerra, a las batallas, a la espada y a la sangre. Por­que el que no lleva—dice—su cruz y sigue en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque no dijo simplemente que hay que estar preparado para la muerte, sino para la muerte violenta, y no sólo para la muerte violenta, sino también para la igno­minia. Nada, sin embargo, les dice todavía de su propia pa­sión, pues quería que, bien afianzados antes en estas enseñan­zas, se les hiciera luego más fácil de aceptar lo que sobre ella había de decirles. Ahora bien, ¿no es cosa de admirarse y pas­marse que, oyendo todo esto, no se les saliera a los apóstoles el alma de su cuerpo? Porque lo duro por todas partes se les venía a las manos; el premio, empero, estaba todo en esperan­za. — ¿Cómo es, pues, que no se les salió? —Porque era mucha la virtud del que hablaba y mucho también el amor de los que oían. De ahí que ellos, que oían cosas más duras y molestas que las que se mandaron a aquellos grandes varones, Moisés y Jeremías, permanecieron fieles al Señor y no le contradijeron.
EL QUE PIERDE SU VIDA, LA GANA
        El que hallare—dice—su vida, la perderá, y el que perdiere su vida por causa mía la encontrará. ¿Veis cuán grande es el daño de los que aman de modo inconveniente? ¿Veis cuán gran­de la ganancia de los que aborrecen? Realmente, los mandatos del Señor eran duros. Les mandaba declarar la guerra a padres, hijos, naturaleza, parentesco, a la tierra entera y hasta a la pro­pia vida. De ahí que tiene que ponerles delante el provecho de tal guerra, que es máximo. Porque no sólo—viene a decir­les—no os ha de venir daño alguno de ahí, sino más bien pro­vecho muy grande. Lo contrario, empero, sí que os dañaría. Es el procedimiento ordinario del Señor: por lo mismo que deseamos, nos lleva a lo que no pretende. ¿Por qué no quieres despreciar tu vida? Sin duda porque la quieres mucho. Pues por eso mismo debes despreciarla, ya que así le harás el mayor bien y le mostrarás el verdadero amor. Y considerad aquí la inefable sabiduría del Señor. No habla sólo a sus discípulos de los padres, ni sólo de los hijos, sino de lo que más íntimamente nos pertenece, que es la propia vida, y de lo uno resulta indubitable lo otro. Es decir, que quiere que se den cuenta cómo odiándolos les harán el mayor bien que pueden hacerles, pues así acontece también con tu vida, que es lo más necesario que tenemos.
PREMIOS A LA HOSPITALIDAD CON LOS ENVIADOS DEL SEÑOR
        Todo esto, ciertamente, eran motivos suficientes para per­suadir a ejercitar la hospitalidad con quienes venían a traer la salud a los mismos que los acogieran. Porque ¿quién no ha­bía de recibir con la mejor voluntad a tan generosos y valien­tes luchadores, a los que recorrían la tierra entera como leo­nes, a quienes todo lo suyo desdeñaban a trueque de llevar la salud a los demás? Sin embargo, aun pone el Señor otra re­compensa, haciendo ver que en esto se preocupa Él más de los que reciben que de quienes son recibidos. Y ante todo les con­cede el más alto honor, diciendo: El que a vosotros os recibe, a Mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. ¿Puede haber honor mayor que recibir juntamente al Padre y al Hijo? Pues aún promete el Señor otra recompen­sa juntamente con la dicha: Porque el que recibe—dice—a un profeta en nombre de profeta, recibirá galardón de profeta; y el que recibe a un justo en nombre de justo, recibirá galardón de justo. Antes había amenazado con el castigo a quienes les negaran hospitalidad; ahora señala los bienes que les ha de conceder. Y porque os deis cuenta que se preocupa más de quienes reciben que de sus propios apóstoles, notad que no dijo simplemente: El que recibe a un profeta; o el que recibe a un justo, sino que añadió: En nombre de profeta, o: En nombre de justo. Es decir, si no le recibe por alguna preeminencia mundana ni por otro motivo perecedero, sino porque es profeta o justo, recibirá galardón de profeta o galardón de justo. Lo que se ha de entender o que recibirá galardón de quien reciba a un profeta y a un justo, o el que corresponde al mismo profeta o justo. Es exactamente lo que decía Pablo: Que vuestra abundancia ayude a la necesidad de ellos, a fin de que también la abundancia de ellos ayude a vuestra necesidad*3.
       Luego, porque nadie pudiera alegar su pobreza, prosigue el Señor: El que diere un simple vaso de agua fría a uno de estos pequeños míos sólo porque son mis discípulos, yo os aseguro que no perderá su galardón. Un simple vaso de agua fría que des, que nada ha de costarte, aun de tan sencilla obra tienes señalada recompensa. Porque por vosotros, que acogéis a mis enviados, yo estoy dispuesto a hacerlo todo.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía 35, 1-2, BAC Madrid 1955, 700-705
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*1- Dt 33, 9
*2- Lc 14, 26
*3- 2 Co 8, 14


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