martes, 23 de mayo de 2017

Apostolados menudos XIX - Final (el apostolado del amén) - San manuel González García

El apostolado del amén


         «No se debe hacer lo que es malo por ninguna cosa del mundo, ni por amor de alguno; más por el provecho de quien le hubiere menester, alguna vez se puede interrumpir la buena obra o también emprender otra más perfecta.
            De esta suerte no se deja de obrar bien, sino que se muda en mejor.»
                                    (Imitación de Cristo, lib. I, cap XV)


Apostolado bueno


Éste sí que es el Apostolado de las tres B: ¡Bueno, bonito y barato!
          Bueno, como fundado, adornado y aliñado con la caridad humilde del que ríe con los que ríen, llora con los que lloran, arde con los que se queman y está presto a sufrir cualquier quebranto por no dárselo a su prójimo.
          ¡Vaya si es bueno pasarse la vida repartiendo amenes a amigos y enemigos, conocidos o desconocidos, altos o bajos y con todos los que hayamos menester tratar sin más límites que el que la justicia marca!
          El apostolado del amén es tener para todo gusto lícito del prójimo que tratamos, para toda opinión en materias opinables, hasta para cualquier capricho inocente o indiferente, un amén de apacible, cariñosa y sincera conformidad o deferencia respetuosa, al menos.    Y esto por una doble razón, de justicia, la una, y de caridad, la otra.

Por justicia yo no debo oponerme a los gustos, opiniones y aun caprichos no malos de mi prójimo y, además, obligarle o forzarle a que acepte los míos, que es en definitiva a lo que tiende toda discusión o diatriba, porque ni Dios ni autoridad ninguna me han impuesto ese deber, pues se trata de personas sobre las que no tengo obligación de ejercer el oficio de corrector o educador y de cosas que en definitiva pueden ser como las ve mi prójimo y no como yo las veo y juzgo, y por caridad, conforme al viejo refrán de que «más se alcanza con una dedada de miel (que a eso equivale la condescendencia de mi amén) que con una cuba de hiel» (que no a otra cosa vienen a parar las discusiones de los gustos y opiniones de los que trato).


Apostolado bonito


          Por las fealdades que impide y por las bellezas que aporta.
          Fealdades: ¿Han visto ustedes una cosa más fea que una cara iracunda o descompuesta por una discusión?
          Yo recomendaría a los aficionados a salirse con la suya a todo trance y a fuerza de notas altas y caras feas, el uso de un espejito de bolsillo para estos casos: ¡les auguro el remedio eficaz!
          Y si la cara se pone tan fea y a su vez es el espejo del alma ¿me queréis decir cómo se pondrán las almas de los porfiados y tercos mantenedores de sus pareceres y opiniones? ¡No hay placa que resista esa fotografía!
          Bellezas: En cambio ¡qué irradiación de paz, dominio de sí mismo, caridad atrayente y simpatía proyecta el amén prodigado afable y discretamente a esos mil tropiezos que el genio, los nervios y el amor propio de los demás nos regalan cada día, y cuando la naturaleza del tropiezo no lo permita sin mengua de nuestra conciencia, un gesto, al menos, que expresando la disconformidad insinúe deferencia y respeto al contrario!
          Todo lo que de atracción, bondad y hasta acatamiento pone esa prodigalidad del amén para con los prójimos que tratamos, pone de repulsión, si no de grotesca ridiculez, el pero o el contra de los eternos contradictores.
          Éstos están para siempre ridiculizados en esta frase: Señores, señores, -se supone que dicen al llegar a cualquier reunión de conocidos-, que yo digo lo contrario de lo que ustedes, estaban diciendo... ¿qué decían ustedes?...


Y apostolado barato


          Tan barato, que al paso que otros apostolados exigen hacer o decir algo, este del amén precisamente exige lo contrario: no hacer y no decir. ¿Cabe más economía de fuerzas, tiempo y dinero?
          Ahora, que como este no hacer ni decir lo impone, no la comodidad de no molestarse por nada ni por nadie, ni la complicidad cobarde o interesada del que se busca a si mismo, ni la bonachonería de pasar por todas, sino la caridad que, ante todo, ha de ser paciente y benigna, como la definió san Pablo, ese no hacer y no decir de nuestros amenes, si es verdad que no cuesta fuerzas, ni saliva, ¡vaya si cuesta a las veces tragar de ésta y violentar aquéllas para que no se nos ponga la carita propia del espejo de marras!


En suma


          Que si muchos amenes de oraciones al cielo llegan, según reza el adagio, muchos amenes de estos vencimientos propios, por caridad a nuestros prójimos, a éstos y a nosotros al cielo pueden llevar.


Un reparo


          ¿No podría usted darnos una regla del uso de estos amenes para que no degeneren en complicidades culpables?
          Sí, amigos: mientras nuestros amenes no se opongan al amén que rezamos después del credo y del que rezamos después de los mandamientos, ¡echen ustedes amén a opiniones, gustos, caprichos y hasta majaderías de sus prójimos! ¡Sin miedo y por caridad! 

          ¡Amén!

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