viernes, 12 de mayo de 2017

Apostolados menudos XIV ( el apostolado de las enhorabuenas) San Manuel González García

El apostolado de las enhorabuenas


          Ved aquí un apostolado, al parecer fácil y hasta casi como de juego, y de hecho poco practicado, quizá por difícil.

En qué consiste 

          Sencillamente, en dar con sinceridad la enhorabuena a quien quiera que sea, amigo o enemigo, alto o bajo, conocido o desconocido, bueno o malo, por cada acción digna de ella que con serenidad de juicio les veamos realizar o sepamos ha sido por ellos realizada.   
Y subrayo la serenidad de juicio y la sinceridad para prevenirme contra


El enemigo de este apostolado


          O sea el amor propio. Este bullicioso e inquieto vecinito nuestro dispara sus sentimientos de torpe y baja envidia, más de lo que nosotros podemos creer, con la toga de severo e imparcial crítico y riguroso depurador de los actos del prójimo, especialmente si lo tiene por igual o de poco superior categoría y está cerca...
          Nuestro amor propio es muy pródigo en elogios y parabienes para con los que viven en la gran China o poco más allá y con los que vivieron en los tiempos de Maricastaña... ¡Ah! ¡Qué hombres aquellos! ¡Qué sabios! ¡Qué...!
          Pero a medida que se van acortando las distancias en el tiempo o en el espacio se va también acortando la prodigalidad en el parabién...
          ¡Qué dificultosamente se da con sinceridad la enhorabuena al compañero de colegio o carrera por la buena nota a el ascenso ganado, al amigo por la buena noticia recibida y hasta diría al pariente por el encumbramiento a que ha sido elevado!... ¡Pícara condición humana, más propicia a compadecer en sus penas y derrotas a amigos y prójimos que a admirarlos en sus buenas acciones y a gozarse con sus alegría y triunfos!


Los frutos


          La práctica constante y generosa de este apostolado, ¡qué ricos frutos produce en el apóstol y en los apostolizados!
          En el apóstol, ese estar alerta sobre las buenas cualidades, obras y ventajas, y no sobre los defectos del prójimo, para alabarlas y gozarse en ellas, es una trituración constante del amor propio y de su hija natural la envidia y a la vez un adelgazamiento y refinación de la caridad, que mientras más benigna en el pensar, en el sentir y en el hablar, más caridad es.
Y en el apostolizado, porque, a la corta o a la larga, en esa sinceridad, nobleza y benevolencia tan desinteresada, con que es aplaudido y agasajado por su amigo o su enemigo, tiene que reconocer la caridad fina de Cristo y dejarse prender por sus lazos.


Un ejemplo


          Y que vale por una gran prueba.
           El Maestro divino, en el momento quizá más negro de su pasión, cuando recibe el beso del apóstol traidor, todavía tiene para Judas una palabra buena, la palabra de ¡amigo! y una acción mejor, la de dejarse besar por aquella boca sacrílega y fementida.
           Si el Maestro encuentra todavía razón para aquella palabra y aquella acción, ¿nos parecemos a Él cuando andamos regateando elogios, y esquivando atenciones a los prójimos con los que tan pródigos somos en censuras y severos juicios?
           Corazón grande y generoso que palpitas en la Hostia callada del Sagrario: ¡que los corazones, que te tocan cada día o muchos días, se hagan cada vez más grandes y generosos en regatear censuras envidiosas y en prodigar alabanzas y enhorabuenas...!


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