sábado, 6 de mayo de 2017

Apostolados menudos XI (el apostolado del escondite) - San Manuel González García

6. El apostolado del escondite


          éste, al parecer raro modo de apostolado, más que un apostolado especial, es una ley o condición de todos ellos y tan esencial e indispensable, que, si no se guarda en cada caso u obra de apostolado, resulta éste ineficaz o malo.

¿Qué es?

          La aplicación y traducción constante a toda obra de celo de esta ley evangélica: vuestra luz... «De tal modo brille vuestra luz delante de los hombres, que vean éstos vuestras obras y glorifiquen al Padre vuestro que está en los cielos.»
          De modo que, según el Maestro, hay que brillar delante de los hombres, sea por nuestra palabra buena, sea por nuestro ejemplo bueno, sea por la influencia de nuestra oración buena, pero hay que proyectar esa luz de manera que los hombres no nos vean, y, si nos ven, no reparen en nosotros, y en cambio, vean complacidos la obra buena por nosotros hecha, y esta complacencia los induzca a alabar a Dios o a acercarse un poquito a Él.
          ¡Que se vea y se guste la obra buena y por ella se alabe a Dios! ¿Y el autor, cooperador o fomentador de la buena obra?
          ¡Que se entretenga en jugar al escondite! Y esté cierto de que mientras mejor juegue y más difícilmente den con él, la obra por él hecha o fomentada más buena será y mayor cantidad de gloria procurará al Padre que está en los cielos.


La mejor ocupación de un apóstol


Diría yo, sin miedo a equivocarme, que la mejor ocupación de un apóstol y la condición de fecundidad más segura para su apostolado era ésta: jugar al esconder en todo cuanto hace para gloria de Dios y provecho de sus prójimos.
          ¡Que no lo vean! ¡Que no lo pillen! ¡Cómo gritan los chiquillos que a eso juegan! Así hay que practicar el apostolado.


¿La razón?


Muy sencilla y muy a la mano.
          Que cada uno de nosotros, y los apóstoles no son excepción, tiene dentro de su corazón algo así como una gran esponja con sed rabiosa de un líquido que se llama gloria, y como no ande con gran cuidado, se moja y empapa hasta con las evaporaciones de ese líquido por lejos que esté y aunque no le pertenezca... Y, ¡claro!, como en el apostolado todo es buscar gloria y cada vez mayor gloria para Dios, hay el gran peligro que la esponjita nuestra, al oler líquido de gloria, se equivoque o se meta a ladrona y tome para sí lo que sólo iba para Dios.
          Por eso el procedimiento mandado por el maestro que sabe lo que hay en el hombre, es éste: poner la obra y quitarse de en medio, para que en cuanto empiece a producirse la gloria de Dios, no haya peligro de absorciones fraudulentas.

Conque, almas de apóstoles, esparcid a vuestro alrededor cuanto bienestar podáis, por medio de tolerancias de defectos, de menudos servicios prestados, de buenas caras y palabras a prójimos avinagrados, de delicadas e ingeniosas excusas de faltas ajenas y hasta grandes sacrificios, pero sin decir directa ni indirectamente: yo fui..., sino como el que no hace nada o lo hace tan a gusto y espontáneamente que no hace caer en la cuenta al que recibe el favor; es decir, haced muchas, muchas obras buenas chicas o grandes jugando al esconder...


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