viernes, 25 de julio de 2014

Domingo XVII (ciclo a) Catena Aurea

Mateo 13,44-52
"Semejante es el reino de los cielos a un tesoro escondido en el campo, que cuando lo halla un hombre, lo esconde: y por el gozo de ello va, y vende cuanto tiene, y compra aquel campo".
"Asimismo es semejante el reino de los cielos a un hombre negociante, que busca buenas perlas, y habiendo hallado una de gran precio, se fue, y vendió cuanto tenía, y la compró".
"También el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en la mar, allega todo género de peces. Y cuando está llena la sacan a la orilla, y sentados allí, escogen los buenos y los meten en vasijas, y echan fuera a los malos. Así será en la consumación del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los meterán en el horno del fuego: allí será el llanto y el crujir de los dientes".
"¿Habéis entendido todas estas cosas?" Ellos dijeron: "sí". Y les dijo: "Por eso todo escriba instruido en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas".
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,2

Las parábolas que el Señor puso arriba de la levadura y de la mostaza, dicen relación al poder de la predicación del Evangelio, que debía someter a todo el mundo. Ahora, para manifestar la hermosura y brillo de esa predicación, se vale de la parábola del tesoro y de la piedra preciosa diciendo: "Semejante es el reino de los cielos a un tesoro escondido en el campo". Porque la predicación del Evangelio está oculta en el mundo, y si no vendiereis todo no lo compraréis, y esto lo debéis hacer con alegría, y por eso sigue: "Que cuando halla el hombre, lo esconde."

 

San Hilario, in Matthaeum, 13

Este tesoro se halla gratuitamente, porque la predicación del Evangelio es sin condición. Pero el usar y poseer con el campo este tesoro no puede hacerse sin condición, porque no se pueden poseer las riquezas del cielo sin el sacrificio de algunas cosas de la tierra.

 

San Jerónimo

Mas cuando se esconde una cosa no lo hace por miedo a la envidia, sino por el temor de perder una cosa que se prefiere a las antiguas riquezas y se desea conservar.

 

San Gregorio, homiliae in Evangelia, 12

O de otra manera, el tesoro escondido en el campo significa el deseo del cielo, y el campo en que se esconde el tesoro es la enseñanza del estudio de las cosas divinas: "Este tesoro, cuando lo halla el hombre, lo esconde", es decir, a fin de conservarlo; porque no basta el guardar el deseo de las cosas celestiales y defenderlo de los espíritus malignos, sino que es preciso además el despojarlo de toda gloria humana. Porque esta vida es como el camino que nos conduce a la patria, y los espíritus malignos, a la manera de ciertos rateros, están continuamente acechando nuestro camino, y desean despojar a los que llevan públicamente por el camino ese tesoro. Y os digo esto no con el fin de que nuestros prójimos no vean nuestras obras buenas, sino a fin de que no busquemos las alabanzas exteriores en nuestras buenas obras. Y el reino de los cielos es semejante a las cosas de la tierra en el sentido de que el alma debe elevarse de las cosas conocidas a las desconocidas, y del amor a las cosas visibles al de las invisibles. Sigue: "Y a causa del gozo". Compra sin duda el campo después de haber vendido todo lo que posee aquél que renunciando a los placeres de la carne echa debajo de sus pies todos sus deseos terrenales por guardar las leyes divinas.

 

San Jerónimo

O también, ese tesoro en que se ocultan todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, o es el Verbo-Dios que parece que está escondido en la carne de Cristo, o son las Santas Escrituras en que está contenido el conocimiento del Salvador.

 

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 1,13

Este tesoro escondido en el campo son los dos Testamentos que hay en la Iglesia, de los cuales, cuando alguno llega a entender alguna parte, comprende que aun hay en ellos ocultas grandes cosas, y se marcha y vende cuanto tiene y los compra, es decir, compra con el desprecio de las cosas temporales la tranquilidad y se hace rico con el conocimiento de Dios.

 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,2

La palabra de Dios no solamente reporta una gran ganancia como tesoro, sino que también es preciosa como una perla. Por esta razón pone el Señor a continuación de la parábola del tesoro la de la perla, diciendo: "Asimismo es semejante el reino de los cielos a un hombre que busca buenas perlas", etc. Dos cosas que están contenidas en la comparación del negociante deben tenerse presentes en la predicación, a saber: el estar separado de los negocios de la tierra, y el de estar siempre vigilante. La verdad es una y no está dividida, y por eso habla de una sola perla encontrada. Y así como el que posee la perla comprende que es rico y solo él conoce su valor, -y muchas veces, si la perla es pequeña, la aprieta con su mano-, así sucede en la predicación del Evangelio: los que la poseen saben que son ricos; pero los infieles, que no poseen este tesoro, ignoran nuestras riquezas.

 

San Jerónimo

También puede entenderse por buenas perlas la ley y los profetas. Escuchad, pues, Marción y Maniqueo, que la ley y los profetas son buenas perlas. Pero la más preciosa perla es la Ciencia del Salvador, y también su pasión y resurrección. Y cuando la ha hallado el hombre negociante, semejante al Apóstol San Pablo, desprecia como si fueran escoria todos los misterios de la ley y de los profetas y las antiguas prácticas, en las que sin culpa suya había vivido, a fin de ganar a Cristo ( Flp 3). No porque el hallazgo de la buena perla sea una condenación de las antiguas perlas, sino porque éstas, comparadas con aquélla, son de un valor muy pequeño.

 

San Gregorio, homiliae in Evangelia, 11,2

O también se entiende por buena perla la dulzura de la vida del cielo, por cuya posesión quien la encuentra vende todo lo que tiene. Porque el que conoció una vez perfectamente, en cuanto es posible, la dulzura de la vida del cielo, abandona con gusto todo lo que antes había amado sobre la tierra, halla sin belleza cuanto le agradaba a sus ojos, y sólo brilla en su alma la claridad de la perla preciosa.

 

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 1,12

O también, el hombre que busca las perlas buenas, halla una sola que es preciosa. Esto es, al buscar a los hombres buenos para vivir con utilidad con ellos, halla a uno solo, que está sin pecado, a Jesucristo. O al buscar los preceptos por los que puede vivir bien en medio de los hombres, halla el amor del prójimo, en el que, según palabras del Apóstol, están contenidas todas las cosas. O al buscar los buenos pensamientos, halla aquel Verbo que los abarca todos: "En el principio era el Verbo" ( Jn 1,1), palabra que brilla con el candor de la verdad, que es sólida con la fuerza de la eternidad, que esparce por todas partes su luz con la hermosura de la Divinidad, y que cuando se la penetra deja ver a Dios bajo el velo de la carne. Pero sea cualquiera de esas tres cosas la que puede el hombre hallar, o sea cualquiera el significado que se dé a la perla preciosa, el valor de esa perla somos nosotros mismos, que no podemos poseerla más que poniendo en segundo lugar, por poseerla, todo lo que tenemos sobre la tierra. Y después de haberlo vendido todo no recibimos otro precio mayor que el que hallarnos a nosotros mismos (porque no nos pertenecíamos embebidos en tales cosas), a fin de que nos podamos entregar para obtener esa perla; no porque nuestro valor iguale al suyo, sino porque no podemos dar por ella más de lo que damos.

 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,2

Después de haber recomendado el Señor por las anteriores parábolas la predicación del Evangelio, a fin de que no nos confiemos solamente en esta predicación y de que no pensemos que para salvarnos basta la fe, añade otra parábola, diciendo: "También el reino de los cielos es semejante a una red".

 

San Jerónimo

Después de cumplida la profecía de Jeremías: "Yo os enviaré muchos pescadores" ( Mt 16,16) y después que Andrés, Santiago y Juan oyeron aquellas palabras: "Seguidme y os haré pescadores de los hombres" ( Mt 4,19), tejieron para sí del Nuevo y del Antiguo Testamento la red de los dogmas evangélicos, y la lanzaron al mar de este mundo. Y esta red está aún tendida en medio de las olas, cogiendo todo lo que cae entre los remolinos engañosos y amargos, es decir, los hombres buenos y malos. Y esto es lo que significa: "De toda clase", etc.

 

San Gregorio, homiliae in Evangelia, 11,4

O de otra manera, se compara la Iglesia Santa a una red porque ha sido entregada a unos pescadores, y todos mediante ella son arrastrados de las olas de la vida presente al reino eterno, a fin de que no perezcan sumergidos en el abismo de la muerte eterna. Esta Iglesia reúne toda clase de peces, porque llama para perdonarlos a todos los hombres, a los sabios y a los insensatos, a los libres y a los esclavos, a los ricos y a los pobres, a los fuertes y a los débiles. Estará completamente llena la red, esto es, la Iglesia, cuando al fin de los tiempos esté terminado el destino del género humano. Por eso sigue: "La cual cuando está llena", etc., porque así como el mar representa al mundo, así también la ribera del mar figura el fin del mundo, y es en este momento cuando son escogidos y guardados en vasijas los buenos, y los malos son arrojados fuera. Es decir, los elegidos serán recibidos en los tabernáculos eternos, y los malos, después de haber perdido la luz que iluminaba el interior del reino, serán llevados a las tinieblas exteriores, porque ahora contiene la red de la fe igualmente, como a mezclados peces, a todos los malos y buenos. Pero luego en la ribera se verá los que estaban dentro de la red de la Iglesia.

 

San Jerónimo

Porque cuando esté en la ribera la red, se verá con claridad la separación de los peces.

 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,2

¿En qué se diferencia esta parábola de la de la cizaña? Porque en ésta, lo mismo que en aquélla, unos se salvan y otros perecen. En esta última, a la verdad, perecen por la herejía de sus perversas doctrinas; en la primera parábola de la simiente, porque no hacían caso de las verdades que se les proponían, y en la parábola de la red por su mala vida. Porque, aunque han sido cogidos ellos en la red, esto es, aunque gozan del conocimiento de Dios, por sus iniquidades no pueden salvarse. Y con el objeto de que nadie juzgue que las palabras: "Los malos serán arrojados fuera" significan un castigo suave, el Señor demuestra la gravedad de ese castigo exponiendo las referidas palabras, cuando dice: "Así será en la consumación del siglo: saldrán los ángeles y separarán los malos de entre los justos", etc. Aunque en otro lugar diga ( Mt 25) que El mismo los separará como separa el pastor las ovejas de los cabritos, dice aquí, sin embargo, lo mismo que en la parábola de la cizaña, que esto lo harán también los ángeles.

 

San Gregorio, homiliae in Evangelia, 11,4

Mas todo esto es más bien para temer que para exponer; porque con el objeto de que nadie pueda alegar la excusa de que ignoraba esta doctrina, apoyándose en la oscuridad de los suplicios eternos, el Señor dice sin rodeos los tormentos que experimentarán los pecadores.

 

Rábano

Cuando llegare el fin del mundo, entonces aparecerá con toda claridad la separación de los peces. Y los buenos, como en un tranquilísimo puerto, serán llevados a las vasijas de las mansiones celestiales, y la llama del infierno recibirá a los malos para tostarlos y desecarlos.

 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,2

Después de haberse retirado las gentes, habla el Señor a sus discípulos en parábolas, de las que habían adquirido conocimientos suficientes para comprender lo que El les decía. Por eso les pregunta: "¿Habéis entendido todas estas cosas?" Y ellos dijeron: "Sí".

 

San Jerónimo

Este discurso es propiamente para los Apóstoles, a quienes el Señor exige no sólo el que oigan lo que El dice a los pueblos, sino que lo comprendan de manera que puedan enseñarlo a los pueblos.

 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,2

En seguida los alaba el Señor porque le han comprendido y por eso dice: "Todo escriba saca de un tesoro cosas nuevas y viejas", etc.

 

San Agustín, de civitate Dei, 20,4

Y no dijo el Señor cosas viejas y nuevas, cosa que indudablemente hubiera dicho si hubiera preferido el orden de los tiempos al de los méritos. Los maniqueos, que pretenden admitir sólo las nuevas promesas de Dios, permanecen como enclavados en los antiguos errores carnales, e introducen un nuevo error.

 

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 1,16

Yo no sé si el Señor quiso en este pasaje sacar la conclusión de lo que dijo antes sobre el tesoro escondido en el campo (porque bajo el nombre de Escrituras Santas están comprendidos el Nuevo y Antiguo Testamento), o si quiso dar a entender que debe tenerse por docto en la Iglesia a aquel que comprende las Antiguas Escrituras explicadas por parábolas, a fin de que en Aquel que aún habla por parábolas, todas las cosas de la Escritura reciban su cumplimiento y manifestación hasta que por su pasión rompa el velo (porque nada hay oculto que no sea revelado) y conozcamos mejor todas aquellas cosas que desde tanto tiempo están escritas de El, y envueltas en parábolas, que los judíos toman a la letra, y pretenden ser sabios en el reino de los cielos.

 

San Gregorio, homiliae in Evangelia, 11

Si por cosas nuevas y viejas se entiende, como quieren algunos, los dos Testamentos, es preciso negar que fue docto Abraham, quien, aunque conoció los hechos del Nuevo y Antiguo Testamento, sin embargo, no supo expresarlo. Tampoco podemos comparar a Moisés con el docto padre de familia, porque, aunque él enseñó el Antiguo Testamento, nada dijo del Nuevo. Pero las palabras del Señor deben aplicarse, no a ellos, sino a los que pertenecerán a la Iglesia. Estos sacan de su tesoro las cosas nuevas y antiguas cuando por sus costumbres y sus palabras predican los dos Testamentos.

 

San Hilario, in Matthaeum, 13

Habla el Señor aquí a sus discípulos y los llama escribas a causa de su saber, porque comprendieron lo que El dijo sobre el Antiguo y Nuevo Testamento, esto es, sobre el Evangelio y sobre la ley, pues los dos pertenecen al mismo padre de familias y los dos forman un sólo tesoro; bajo el nombre de padre de familias compara a sus discípulos con El mismo, porque han encontrado en ellos las doctrinas de las cosas antiguas y nuevas en el Espíritu Santo.

 

San Jerónimo

O también llama escribas a los Apóstoles, porque eran como notarios del Salvador y escribían sus palabras y sus preceptos sobre las tablas de carne del corazón humano ( 2Cor 3) mediante los sacramentos del reino de los cielos, y gozaban de las riquezas del padre de familias y sacaban del tesoro de su ciencia las cosas nuevas y antiguas, de suerte que comprobaban cuanto predicaban en el Evangelio con citas de la ley y de los profetas. Por eso dice también la esposa en el Cantar de los Cantares: "Te he reservado para ti, amado mío, las cosas nuevas juntamente con las antiguas" ( Cant 7,13).

 

San Gregorio, homiliae in Evangelia, 11

O de otra manera, la cosa antigua es el género humano pereciendo por su culpa en el suplicio eterno; y la nueva es el que vive en el reino después de convertido. Primeramente nos propuso como figura del reino el tesoro hallado y la perla preciosa. Después nos ha dicho las penas del infierno y el fuego que sufrirán los malvados, y por vía de conclusión añade: "Por eso el escriba sabio saca de su tesoro las cosas nuevas y antiguas", etc., como si dijera: Aquél es en la Santa Iglesia predicador sabio, que sabe sacar de la suavidad del reino las cosas nuevas, y decir por el terror del castigo las cosas antiguas, a fin de aterrar con los castigos a aquellos a quienes no convencen los premios.

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