jueves, 19 de junio de 2014

Aunque todos yo no (6) Beato Manuel González García

A un cura novel
 
   Carta abierta:
   Querido hermano in C.J.: Todo edificado y lleno de buena voluntad me deja la lectura de su carta, por la humilde y franca confesión que me hace en ella. "Acabo de llegar a esta mi parroquia, me escribe, y aquí me tiene usted, que con todos mis Meritissimus y premios del seminario, con mis borlas de doctor, con mis provisiones de sociología y con todo lo que yo había leído, aprendido, proyectado y hasta soñado para cuando llegara este caso, no acierto qué hacer ni por dónde empezar.
   Porque la verdad es que al verme en una iglesia tan grande y tan vacía, al encontrarme con unos feligreses tan sin importárseles un comino de que les haya venido un cura nuevo, al no oír de los ministros y de los escasos amigos de la parroquia, más consejos «que el no se canse usted, que esta gente es imposible, no se saca nada de ellos», paréceme que se me ha olvidado todo y si de algo me acuerdo o en algo pienso, es para aumentar la sensación de soledad, impotencia, casi desaliento que, desde que llegué, me viene asaltando.
   ¿Quiere usted decirme en caridad de Dios
 
   por dónde empiezo?...
 
   Sin pretender yo meterme a curandero de pueblos o parro­quias, y sin ánimo de presentarle un cuadro complejo de acción parroquial con sus obras de atracción, consolidación y mejoramiento de sus distraídos y lejanos feligreses, voy a limitarme a responder sencillamente a su pregunta de "¿por dónde empiezo?"
   Voy a darle a usted una respuesta, que quizá no la haya usted encontrado en sus libros de sociología, y que no por más ignorada es menos eficaz.
   ¿Quiere usted hacer de su parroquia vacía, una llena o por lo menos muy frecuentada?
   ¿Quiere usted formar esa parroquia sobre base sólida de piedad ilustrada y abnegada?
   ¿Quiere usted que sus feligreses comulguen mucho?
   ¿Quiere usted hacer milagros de conversiones de almas de malas en buenas, de tibias en fervorosas?
   ¿Quiere usted hacerse de una corte de almas escogidas, de buen temple, de abnegación y laboriosidad, que le ayuden y secunden incondicionalmente en su magna obra de transforma­ción de su parroquia?
   ¿Quiere usted ser cura, no solamente de los ricos y gente comodona, sino de los trabajadores, de los ocupados?
   ¡Que sí, que sí! ¿es verdad? ¡que todo eso es lo que no sólo quiere, sino lo que ansía y sueña!
   Pues todo eso y mucho, muchísimo más, lo conseguirá usted con esta sencillísima receta:
   Esté usted sentado todos los días en su confesonario desde las cinco y media de la mañana lo más tarde.
   Quizá le parezca a usted muy poca causa para efectos tan grandes. Quizá le asalten dudas de que yo exagero o deliro. Quizá encuentre padres graves y doctores sabios o sabihondos que se rían de mi receta y de su candor en tomarla. Quizá en sus sociologías, filosofías y en los demás las que ha estudiado, encuentre algún reparo que oponerme. Quizá le digan que eso será bueno para los pueblos madrugadores e inútil para las capitales. Quizá se le pase un mes, un año, sin que mi receta le dé resultado visible. Quizá..., ponga usted aquí todos los quizás que se le antojen, que yo sigo asegurando ante el cielo y la tierra con toda la fuerza de mi palabra de sacerdote y con toda la sinceridad de mi alma cristiana que un párroco que se siente en su confesonario todos los días a las cinco y media de la mañana lo más tarde, RESUCITA la parroquia más muerta que haya en el mundo.
 
   ¿Pruebas?
 
   Tengo muchas y muy fuertes y si no fuera por el temor de hacer de ésta una carta kilométrica, se las desarrollaría con toda la extensión que el asunto pide y mi caletre permite, pero aunque no sea más que enumerándolas, allá van.
   En primer término El HECHO: No conozco ninguna parroquia de cura madrugador y de culto tempranero que esté desierta y que en general no ande bien. Y en cambio conozco muchas, muchas parroquias desiertas, aburridas, sin vida o con vida ficticia o efímera que se abren a las siete, a las ocho, a las nueve y hasta a las diez de la mañana, o lo que es aun peor, cada día a hora distinta.
   Él que no esté conforme conmigo en la afirmación de ese hecho, que me cite casos en contrario y con lealtad rectifi­caré.
   Cierto que hay parroquias en las que no se madruga y hay muchas Comuniones. Pero ¿quién me niega que si se madrugara se duplicaría por lo menos el número de Comuniones?
   En segundo término un cura sentado en su confesonario desde muy temprano, aunque no tenga penitentes que confesar en toda la mañana, o hasta muy tarde, es siempre una dulce y avasalladora violencia sobre el Corazón de Jesús para que derrame gracias extraordinarias. Es un estímulo y un ejemplo poderoso para sus feligreses buenos (pocos o muchos) para que no se dejen dominar ni por el desaliento ni por el pretexto de las muchas ocupaciones. Es una facilidad para los feligre­ses pobres y ocupados. Es un despertador de remordimientos para los feligreses pecadores y aun empedernidos, y muchísi­mas cosas buenas que no pueden decirse aquí y que los curas madrugadores ya se saben muy de memoria.
   Y dígame usted, amigo mío, ¿con qué cara nos ponemos a predicar Comunión frecuente y diaria a las criadas de servicio, a las costureras, a los obreros, a las madres de familia, a todos los ocupados que sólo disponen del tiempo que quitan a su sueño, si dejamos cerrada la iglesia hasta las ocho de la mañana? ¿Es que esa porción de nuestra grey no tiene derecho a Misa diaria y a Comunión diaria y a visita al santísimo Sacramento antes de su trabajo? Y ¿cómo vamos a fomentar entre nuestros feligreses, especialmente los ocupados, la meditación diaria a hora fija, la confesión frecuente y la dirección espiritual, si no les damos a hora fija y temprana iglesia y Sagrario abiertos y confesor a su disposición?
   ¡Ay amigo! ¡qué pena siento cuando visito pueblos en mis correrías de propaganda y tengo que pasearme por el pórtico de la iglesia para hacer tiempo que abran, mientras el sol llena las calles del pueblo y los hombres llenan las taber­nas!
   Se me dice, dejando a Dios que juzgue otras razones y excusas que he oído y que a mí no me toca juzgar, que no abren temprano y que no se sientan en el confesonario porque no van los fieles, y yo me digo que no van porque no abren ni se sientan...
   ¡Que hagan la prueba por un poco de tiempo y verán cómo se rompe ese círculo vicioso!
   Y si no van a pesar de eso, lo que será muy raro, si no van, quienes perderán serán los feligreses; pero no el cura, que se habrá labrado una gran corona con la constancia de su sacrificio no agradecido ni aprovechado.
 
   Sí, empiece usted por ahí, amigo querido, empiece desde mañana mismo, y ya verá lo que se aprende en esas horas de soledad de sus  mañanas y lo bien que se entenderán y las cosas que se dirán los dos abandonados de su parroquia, el del Sagrario y el del confesonario y cómo éste aprenderá de Aquél a esperar siempre a los que no quieren venir, a proyectar y hacer bien en favor de los que hacen mal, a amar y a sacrificarse, y mediante esto, a salvar su pueblo.
   Hermano, yo soy cura hace ya años, y estoy con ocasión de mis propagandas y particularmente de la Obra de las Marías, en comunicación constante con miles de curas de los pueblos y con la experiencia de todo eso, puedo asegurarle dos cosas:
   1ª que sin ser solución única y total ésta que le he dado para la resurrección de su parroquia, allana, prepara y fecunda todas las demás; y
   2ª que un cura que no sea madrugador, fuera del caso de enfermedad, aunque haya hecho otras muchas obras buenas, aun no tiene derecho a decir con verdad que ha hecho todo lo posible por salvar a su parroquia.
 
    Y ya sabe usted: El buen pastor da la vida por sus ovejas...
   Y el dar la vida es mucho más que las dos horillas de sueño de la mañana...
   Muy suyo in C.J.
                                               El ARCIPRESTE DE HUELVA
 


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