sábado, 29 de marzo de 2014

Domingo IV de cuaresma (ciclo a) San Juan Crisóstomo

San Juan Crisóstomo
Homilía LVII
 
“Habiendo dicho esto Jesús, escupió en tierra, amasó lodo con la saliva y con el lodo ungió los ojos del ciego, y le dijo: Anda, lávate en la piscina de Siloé”. (Juan 9, 6-7).
Los que desean sacar alguna utilidad de lo que se va leyendo, no pasan de prisa ni aun lo más mínimo. Pues por esto se nos ordena escrutar las Escrituras; porque muchas cosas que a primera vista parecen fáciles y sencillas, encierran oculta en sí grande profundidad de ciencia. Observa, por ejemplo, lo que al presente se nos propone: Dicho esto, escupió en tierra. ¿ Por qué lo hace? Para que se manifieste la gloria de Dios y que conviene que Yo haga la obra de Aquel que me envió. No sin motivo trajo al medio esto el evangelista, y añadió que El la había escupido; sino para declarar que Jesús confirmaba sus palabras con sus obras.
¿Por qué no usó el agua sino la saliva para hacer el lodo? Porque lo iba a enviar a Siloé, de manera que no se achacara la curación a la fuente; sino que de la boca de El procedió el poder que hizo los ojos del ciego y los abrió: para esto escupió en tierra. Esto significa el evangelista al decir: E hizo lodo con la saliva. Y para que tampoco pareciera que la virtud y poder procedían de la tierra, ordenó al ciego que fuera y se lavara. Mas ¿por qué no obró el milagro al punto, sino que envió al ciego a Siloé? Para que tú conocieras la fe del ciego y quedara confundida la tosudez de los judíos. Porque es verosímil que todos vieron al ciego cuando hacia allá se encaminaba y llevaba el lodo ungido en los ojos. Pues aquel suceso inesperado hizo. Como no era cosa fácilmente creíble que un ciego recobrara la vista, Jesús prepara por estos largos rodeos a muchos testigos y muchos que contemplaran casó tan insólito; de modo que habiendo atendido, ya no pudieran decir: Es el mismo, no es el mismo. Además, quiere Jesús demostrar que no es contrario a la Antigua Ley, pues remite al ciego a Siloé. Tampoco había peligro de que el milagro se atribuyera a la piscina y su virtud, pues muchos se habían lavado en ella los ojos sin haber conseguido bien alguno. Aquí todo lo hace el poder de Cristo. Por lo cual el evangelista añadió la interpretación de la palabra. Porque una vez que dijo Siloé, añadió: que quiere decir enviado. Lo hizo para que entiendas que fue curado el ciego por Cristo, como ya lo dijo Pablo: Bebían de una roca espiritual que los acompañaba.
La roca que era Cristo ( 1Cor. 10, 4 ) . Así como Cristo era la roca espiritual, así también espiritualmente era Siloé. Por mi parte creo que esa repentina presencia del agua en el relato nos está indicando un misterio profundo. ¿Cuál? Una aparición inesperada y fuera de la expectación de todos.
Advierte la obediencia del ciego, que todo lo pone en práctica. No dijo: Si el lodo o la saliva me vuelven la vista ¿qué necesidad tengo de ir a Siloé? Y si es Siloé lo que me cura ¿qué necesidad tengo de la saliva? ¿Por qué me ungió así y me mandó que me lavara? Nada de eso dijo ni le pasó por el pensamiento; sino que en sola una cosa estaba fijo su propósito: en obedecer al que se lo mandaba. Y nada lo detuvo, de nada se escandalizó. Y si alguno preguntara: ¿cómo sucedió que al quitarse el lodo recobró la vista? no le responderemos otra cosa, sino que nosotros no lo sabemos. Pero ¿cómo ha de ser admirable que no lo sepamos cuando ni el evangelista mismo lo sabe, ni tampoco el ciego que recibió la salud? Sabía lo que había sucedido, pero ignoraba el modo, y no lo comprendía. Cuando le preguntaban respondía: Me puso lodo en los ojos y me lavé y veo. Mas no sabía decir el modo como aquello se verificó, aun cuando millares de veces se lo preguntaran.
Dice el evangelista: “Los vecinos y cuantos lo conocían de antes que pedía limosna, decían: ¿No es éste aquel que sentado pedía limosna? Y unos decían: ¡Sí, es él!”  Lo insólito de la cosa los llevaba a la incredulidad a pesar de todo lo
que se había previsto para que creyeran. Otros decían: ¿No es éste el que pedía limosna?” ¡Oh Dios! ¡Cuán inmenso es el amor de Dios a los hombres! Hasta dónde se abaja cuando con benevolencia tan grande cura a los mendigos y por este medio impone silencio a los judíos, extendiendo su providencia no únicamente a los príncipes, ilustres y preclaros, sino también a los hombres oscuros y humildes. Es que vino para salvarlos a todos. Lo que había acontecido cuando lo del paralítico se repite ahora. Tampoco aquél sabía quién era el que lo había curado, lo mismo que este ciego. Sucedió así por haberse apartado Cristo de aquel sitio. Pues cuando curaba, luego se apartaba para que ninguno sospechara acerca del milagro. Quienes ni siquiera lo conocían ¿cómo iban a fingir los milagros por adularlo o favorecerlo? Por otra parte, este ciego no era un vagabundo, sino que se sentaba a la puerta del templo.
Como todos dudaran acerca de su identidad, él ¿qué les dice?: Yo soy. No se avergonzó de su anterior ceguera, ni temió la cólera de la plebe, ni tembló de presentarse ante todos para proclamar a su bienhechor. Le preguntan: ¿cómo se te abrieron los ojos? Les responde: El hombre que se llama Jesús hizo lodo y me ungió. Observa la veracidad del ciego. No afirma cómo lo hizo Jesús; no afirma sino lo que vio. No había visto a Jesús escupir en tierra; pero por el sentido del tacto conoció que lo había ungido. Y me dijo: Anda, lávate en la piscina de Siloé”. Todo esto lo testificaba por haberlo oído. Pero ¿cómo conoció la voz de Cristo? Por el coloquio de Cristo con sus discípulos. Cuenta todo eso y pone como testimonio las obras, aun cuando no pueda decir cómo se llevaron a cabo. Ahora bien, si en las cosas que por el tacto se perciben es necesaria la fe, mucho más lo será en las que no se ven ni pueden percibirse. Le preguntan: ¿dónde está él? Respondió: No lo sé”. Le preguntaban en dónde estaba El, con el ánimo de matarlo. Observa cuán ajeno está Cristo del fausto y cómo no estaba presente cuando le fue restituida la vista al ciego. Es que no buscaba la gloria vana ni los aplausos del pueblo. Observa también con cuánta sinceridad responde a todo el ciego. Buscaban a Cristo para llevarlo ante los sacerdotes; pero como no lo encontraron se llevaron al ciego ante los fariseos para que éstos más apretadamente lo interrogaran. Por lo cual el evangelista advierte que aquel día era sábado, dando a entender la mala disposición de ánimo de los fariseos y cómo andaban buscando ocasión de calumniar el milagro, pues parecía que Cristo había quebrantado la ley del sábado. Por aquí queda manifiesto el porqué de que apenas vieron al ciego, lo primero que le preguntaron fue: ¿Cómo te abrió los ojos? Nota cómo no le preguntaron: ¿cómo has vuelto a ver?, sino: ¿Cómo te abrió los ojos?, ofreciéndole así una oportunidad para calumniar a Jesús por lo que había hecho. El ciego lo refiere con brevedad como a gente que no lo ignora. No les declaró el nombre. No les refirió lo de: Anda, lávate. Sino solamente: Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo. Lo hace como a quienes ya grandemente habían calumniado a Jesús y habían exclamado: ¡Ved cuán grandes obras hace en sábado: hasta unge con lodo!
Por tu parte, advierte y pondera cómo el ciego no se turba. Cuando fue interrogado la primera vez y respondió sin que hubiera peligro alguno, no parece que fuera tan eximia cosa confesar la verdad. Pero esto segundo es verdaderamente digno de admiración. Puesto en ocasión de mayor miedo y terror, nada niega, nada contradice de lo que ya había afirmado. ¿Qué dicen los fariseos y aun otros? Habían llevado ante ellos al ciego esperando que negaría el hecho. Pero sucedió lo contrario de lo que esperaban, de modo que conocieron el milagro con mayor exactitud: cosa que continuamente les acontecía en lo referente a los milagros. En lo que sigue lo demostraremos con
mayor claridad.
¿Qué dicen, pues, los fariseos? Dijeron algunos (no todos sino los más petulantes): Este hombre no viene de Dios, pues no guarda el sábado. Otros decían: ¿cómo puede un hombre pecador hacer tales milagros?” ¿Adviertes cómo los milagros los atraían? Pues aquellos que habían sido enviados para traer al ciego, oye ahora lo que dicen, aunque no todos. Como eran ellos los príncipes, cayeron en la incredulidad por el ansia de vanagloria. Sin embargo muchos de esos príncipes creyeron en El, aunque en público no lo confesaban.
En cuanto al pueblo, se le desprecia porque nada notable aportaba en las sinagogas. Pero en cuanto a los príncipes, profesaban tener mayor dificultad en creer, unos por amor al principado obstaculizados, otros por el temor de los demás. Por lo cual Cristo les había dicho: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria de los hombres?” ( Jn. 5, 44 ). Los que injustamente se empeñaban en asesinarlo, se decían ser de Dios; y en cambio de aquel que curaba a los ciegos decían que no podía ser de Dios, pues no guardaba el sábado.
A quienes así se expresaban, los otros les oponían que un pecador no podía hacer tales milagros. Pero aquéllos, omitiendo astutamente el milagro, lo llamaban transgresión, porque no decían cura en sábado, sino: No guarda el sábado. Estos otros flojamente proceden, ya que lo conveniente era demostrar que no se violaba el sábado, pero ellos se detenían en lo del milagro y de él argumentaban; y con razón procedían así, pues aún juzgaban a Jesús sólo hombre. Podían haberlo defendido de otro modo, y decir que era Señor del sábado y su autor; pero todavía no lo pensaban así.
Por lo menos ninguno de ellos se atrevía a profesar abiertamente lo que interiormente juzgaba, sino que proponían la cosa en forma de duda y se sentían cohibidos unos por el amor al principado y otros por el miedo. De modo que: Había desacuerdo entre ellos. Ese fenómeno que primero se dio entre el pueblo, ahora pasa también a los príncipes. Los del pueblo, unos decían: Es bueno; otros: No, sino que seduce a las turbas (Jn. 7, 12 ). ¿Adviertes cómo los príncipes, más discordantes entre sí que el pueblo mismo, andan divididos? Y una vez así divididos, ya no mostraron nobleza alguna, pues veían que los fariseos los apuraban. Si se hubiera hecho la división total y se hubieran apartado unos de otros, muy pronto habrían encontrado la verdad. Porque puede darse una discusión correcta. Por lo cual decía Cristo: Yo no he venido a traer paz a la tierra, sino espada ( Mt. 10, 34 ). Porque hay una concordia que es mala y una discordia que es buena. Los que edificaban la torre, de Babel concordes andaban, pero en daño suyo; y a su pesar, pero para provecho de los mismos fueron divididos. Coré malamente concordaba con sus compañeros y por esto justamente fueron separados del pueblo. También Judas malamente
se avino con los judíos. De modo que puede haber una discordia buena y una concordia mala. Por lo mismo dijo Cristo: Si tu ojo te escandaliza, sácalo y arrójalo; y a tu pie córtalo ( Mt. 5, 20; 18, 8 ). Ahora bien, si es necesario cortar un miembro malamente discordante ¿acaso no es más conveniente apartarse y arrancarse de amigos malamente concordes? En resumidas cuentas, que no siempre es buena la concordia ni siempre es mala la discordia. Digo esto para que huyamos de los malos y nos unamos a los buenos. Si cortamos los miembros podridos que ya no tienen curación para que no destruyan el resto del cuerpo; y no lo hacemos por desprecio del miembro, sino para conservar sanos los demás ¿cuánto más debemos hacerlo con los que malamente nos están unidos?
Si pudiéramos no recibir de ellos daño porque se enmendaran, deberíamos intentarlo con todo empeño; pero si son incorregibles y nos dañan, es indispensable cortarlos y arrojarlos de nosotros. Con esto ellos mismos sacarán con frecuencia mayor ganancia. Por lo cual Pablo exhorta: Quitad al malo de entre vosotros, a fin de que se aparte de entre vosotros el que hizo eso ( 1Cor. 8, 13; 2 ). Porque es pernicioso, sí, pernicioso es el comercio con los perversos. No se propaga la peste con tanta presteza, ni la roña, entre los afectados, como la maldad de los perversos; porque: Malas compañías corrompen las buenas costumbres ( 1Cor. 15, 33 ).Y el profeta dice: Salid de en medio de ellos y separaos ( Jr. 51, 45 ). En consecuencia, que nadie tenga algún amigo perverso. Si a los hijos perversos los desheredamos, sin tener en cuenta las leyes de la naturaleza ni los parentescos, mucho más conviene huir de los parientes y amigos si son perversos. Aun cuando ningún daño nos viniera de ellos, no podremos evitar la mala fama. Porque los demás no investigan nuestra vida sino que nos juzgan por los compañeros. Lo mismo ruego a las casadas y a las doncellas. Pues dice Pablo: Solícitos en hacer lo bueno no solamente delante de Dios sino también de los hombres ( Rm. 12, 17 ).Pongamos, pues, todos los medios para no escandalizar a los prójimos. Aunque nuestra vida sea correctísima, si escandaliza, todo lo pierde. ¿Cómo puede suceder que una vida correcta escandalice? Cuando la compañía de los malos engendra mala fama. Cuando convivimos confiadamente con los perversos, aunque no recibamos daño pero escandalizamos a otros.
Esto lo digo para los varones, las mujeres, las doncellas; y dejo a su conciencia examinar cuán graves males se sigan de eso. Por mi parte, nada malo sospecho, ni quizá otro más perfecto que yo; pero tu hermano, que es más sencillo, se ofende de tu perfección; y es necesario tener en cuenta su debilidad. Por otra parte, aun cuando él no se escandalice, pero se escandaliza el gentil; y Pablo nos manda no escandalizar ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios. Yo nada malo sospecho de la doncella, pues amo y estimo la virginidad; y la caridad nada malo piensa ( 1Cor. 13, 5- 7 ). Yo amo sobremanera esa forma de vivir y no puedo pensar nada malo. Pero ¿cómo lo persuadiremos a los infieles? Porque es necesario tener cuenta también con ellos. Ordenemos nuestra vida en tal forma que ningún infiel halle ocasión de escándalo. Así como quienes viven correctamente glorifican al Señor, los que así no proceden son causa de que se le blasfeme. ¡Lejos tal cosa, que los haya entre nosotros! Sino que así luzcan nuestras obras que sea glorificado el Padre que está en los Cielos y nosotros disfrutemos de su gloria. Ojalá que todos la
obtengamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
(San Juan Crisóstomo , Explicación del Evangelio del Santo Apóstol y Evangelista San Juan, Segunda Parte, pp. 108-114, Ed. Tradición, México, 1981)
 


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