jueves, 13 de febrero de 2014

Es una dicotomía absurda amar a Cristo sin la Iglesia; escuchar a Cristo pero no a la Iglesia; estar con Cristo al margen de la Iglesia. - Papa Francisco

PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS
EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS

SANCTAE MARTAHE
 
Entre Cristo
y la Iglesia
ninguna dicotomía

Jueves 30 de enero de 2014 

 

El sensus Ecclesiae —que nos salva de la «absurda dicotomía de ser cristianos sin Iglesia»— se apoya en tres pilares: humildad, fidelidad y servicio de la oración. Lo afirmó el Papa Francisco en la misa del jueves 30 de enero, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.

Le sugirió la reflexión la lectura del salmo 132 (131) que, dijo el Pontífice, «nos abre la puerta para reflexionar sobre la Palabra de Dios en la liturgia de hoy». Dice el texto: «Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes». Por lo tanto, explicó el Papa, he aquí «el rey David como modelo; el rey David como el hombre que trabajó mucho, que se entregó en gran medida por el reino de Dios».

Un pensamiento que se relaciona con el «pasaje del segundo libro de Samuel (7, 18-19.24-29) que hemos escuchado hoy, continuación del de ayer», destacó el Santo Padre. El texto relata el pensamiento de David, que reflexiona: «yo vivo en un palacio, pero el arca del Señor está aún en una tienda: hagamos un templo». La respuesta del Señor es negativa: «No, tú no, lo hará tu hijo». Y «David acepta, pero acepta con alegría», presentándose ante Dios y hablándole «como un hijo a un padre».

David empieza así: «¿Quién soy yo, mi Dueño y Señor, y quién la casa de mi padre, para que me hayas engrandecido hasta tal punto?». Él, destacó el Papa, ante todo se pregunta: «¿Quién soy yo?». Recuerda bien haber sido «un joven pastor de ovejas, como dice en otro pasaje, tomado de entre las ovejas» y que se convirtió «en rey de Israel». He aquí, entonces, el sentido de la pregunta de David: «¿Quién soy?».

Una pregunta, afirmó el Pontífice, capaz de revelar que «David tenía precisamente un sentimiento fuerte de pertenencia al pueblo de Dios». Y esto, dijo, «me hizo reflexionar: sería hermoso preguntarnos hoy cómo es nuestro signo de pertenencia a la Iglesia: el sentir con la Iglesia, sentir en la Iglesia». En efecto, continuó, «el cristiano no es un bautizado que recibe el bautismo y luego sigue adelante por su camino». No es así, porque «el primer fruto del bautismo es hacer que pertenezcas a la Iglesia, al pueblo de Dios». Por lo tanto, precisó, «no se comprende un cristiano sin Iglesia. Por ello, el gran Pablo VI decía que es una dicotomía absurda amar a Cristo sin la Iglesia; escuchar a Cristo pero no a la Iglesia; estar con Cristo al margen de la Iglesia. Es una dicotomía absurda».

En efecto, añadió el Papa Francisco, «el mensaje evangélico lo recibimos en la Iglesia y nuestra santidad la hacemos en la Iglesia. Nuestro camino está en la Iglesia». La alternativa, dijo, «es una fantasía» o, como decía Pablo VI, «una dicotomía absurda».

El Pontífice profundizó luego el significado «de este sentir con la Iglesia. En latín se dice sensus Ecclesiae: es precisamente sentir, pensar y querer dentro de la Iglesia». Y «reflexionando en este pasaje de David, sobre la pertenencia al pueblo de Dios, podemos encontrar tres pilares de esta pertenencia, de este sentir con la Iglesia»: humildad, fidelidad y servicio de la oración.

En cuanto al primero, el obispo de Roma explicó que «una persona que no es humilde no puede sentir con la Iglesia: sentirá lo que a ella le gusta». La auténtica humildad, precisamente, «se ve en David», quien pregunta: «¿Quién soy yo, Señor Dios, y qué es mi casa?». David tiene «consciencia de que la historia de salvación no comenzó conmigo y no acabará cuando yo muera. ¡No! Es precisamente una historia de salvación», a través de la cual «el Señor te toma, te hace ir adelante y luego te llama; y la historia continúa». Humildad es, por lo tanto, ser consciente de que «la historia de la Iglesia comenzó antes de nosotros y seguirá después de nosotros». Porque «somos una pequeña parte de un gran pueblo que sigue el camino del Señor».

La fidelidad, el segundo pilar, está «relacionada con la obediencia». Al respecto, el Papa Francisco volvió a proponer la figura de David que «obedece al Señor y también es fiel a su doctrina, a su ley»: por lo tanto «fidelidad a la Iglesia, fidelidad a su enseñanza, fidelidad al Credo, fidelidad a la doctrina y custodiar esta doctrina». Así, «humildad y fidelidad» van juntas. «También Pablo VI nos recordaba —dijo— que nosotros recibimos el mensaje del Evangelio como un don. Y debemos transmitirlo como un don. Pero no como algo nuestro. Es un don recibido que damos». Y «en esta transmisión» es necesario «ser fieles, porque nosotros hemos recibido y debemos dar un Evangelio que no es nuestro, es de Jesús. Y no tenemos que convertirnos en dueños del Evangelio, en dueños de la doctrina recibida para usarla a nuestro gusto».

Con humildad y fidelidad, «el tercer pilar es el servicio: servicio en la Iglesia. Está el servicio a Dios, el servicio al prójimo, a los hermanos», explicó el Santo Padre, «pero yo aquí hago referencia sólo al servicio a Dios». Punto de partida es una vez más la actitud de David: cuando «termina su reflexión ante Dios, que es una oración, ora por el pueblo de Dios». Precisamente «éste es el tercer pilar: rezar por la Iglesia».

Se lee en el pasaje del Antiguo Testamento: «Tú, mi Dueño y Señor, eres Dios, tus palabras son verdad y has prometido a tu siervo este bien». También a nosotros, comentó el Papa, el Señor nos aseguró que «la Iglesia no será destruida» y las puertas del infierno no prevalecerán «contra ella». El pasaje del segundo libro de Samuel sigue así: «Dígnate, pues, bendecir esta casa de tu siervo, para que permanezca para siempre ante ti». Son palabras que sugieren una pregunta: «¿Cómo es nuestra oración por la Iglesia? ¿Rezamos por la Iglesia? En la misa, todos los días, ¿y en nuestra casa? ¿Cuándo recitamos nuestras oraciones?». Se debe orar al Señor por «toda la Iglesia, por todas la partes del mundo». He aquí la esencia de «un servicio ante Dios que es oración por la Iglesia».

Por lo tanto, resumió el Pontífice, la humildad nos hace comprender que «estamos integrados en una comunidad como una gracia grande» y que «la historia de la salvación no comenzará conmigo, no acabará conmigo: cada uno de nosotros puede decir esto». La fidelidad nos recuerda, en cambio, que «hemos recibido un Evangelio, una doctrina» a los cuales hay que ser fieles y custodiar. Y el servicio nos impulsa a ser constantes en la «oración por la Iglesia». Que el Señor, fue su deseo como conclusión, «nos ayude a seguir por este camino para profundizar nuestra pertenencia a la Iglesia y nuestro sentir con la Iglesia».

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 6, viernes 7 de febrero de 2014

 

 

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