sábado, 28 de diciembre de 2013

Fiesta de la Sagrada Familia (ciclo a) San Juan Crisóstomo

POR QUÉ NO SE SALVAN JUNTOS
EL NIÑO Y LOS MAGOS 
Cuando los magos se hubieron retirado, he aquí que el ángel del Señor se aparece a José en sueños y le dice: Leván­tate y toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Aquí hemos de resolver una dificultad acerca de los magos y acerca del niño. Porque, si es cierto que aquéllos no se alborotaron y todo lo aceptaron con obediencia, no por ello hemos nosotros de dejar de preguntarnos por qué no se salvan, aun quedándose allí, los magos y el niño, sino que aquéllos son enviados a Persia y éste tiene que huir con su madre a Egipto. ¿Pues qué? ¿Queréis que hubiera caído en manos de Herodes, y aun entre sus manos no recibir el golpe mortal? En este caso, se hubiera pensado que no había tomado carne, y no se hubiera creído el gran misterio de la encarnación. Y, en efecto, si, aun sucedien­do así las cosas y dispuestas tantas otras de la vida del Señor humanamente, se han atrevido algunos a decir que es un mito eso de que Dios tomara carne, ¿en qué impiedades no hubiera caído de haberlo Él hecho todo divinamente y según su poder infinito? En cuanto a los magos, despáchalos aprisa, primero porque quiere enviar maestros a su patria de Persia y luego porque quiere cortar la locura del tirano Herodes: Que se dé cuenta que emprende una cosa imposible, que apague su furor, que desista de su vano intento. El mismo poder supone vencer tranquilamente a los enemigos que burlarlos con la mayor fa­cilidad. Por lo menos así engañó a los egipcios en favor de los judíos. Podía Dios muy bien haber hecho pasar la riqueza de aquéllos a manos de los hebreos. Sin embargo, manda que eso se haga a escondidas y con engaño. Lo cual no le hizo menos temible a sus enemigos que cualquiera otro de los milagros.
 
Así los escalonitas y demás habitantes de aquellas ciu­dades que, por haber capturado el arca de la alianza, fueron heridos por Dios con plaga de ratones, cuando exhortaron a los suyos a no proseguir la guerra ni ponerse frente a Él, entre los otros milagros, alegaron también éste, diciendo: ¿Por qué endurecéis vuestros corazones como los endurecieron Egipto y Faraón? ¿No es así que sólo cuando se burló de ellos despa­charon al pueblo y salió éste de Egipto?” Cuando así hablaban, prueba es que para ellos este milagro no era menor que los públicamente realizados, para poner de manifiesto el poder y la grandeza de Dios, Pues también lo sucedido con los magos era bastante para impresionar al tirano. Considerad, en efec­to, lo que tuvo que sufrir Herodes y cómo se ahogaría al verse así engañado y puesto en ridículo por los magos. ¿Y qué, si no se hizo mejor? —Eso ya no es culpa de quien todo lo ordenó para que se mejorara. La culpa fui de su extrema locura, que no se rindió a lo que podía haberla calmado y apartado de su maldad. Más bien que rendirse siguió aún más adelante, con lo que recibiría mayor castigo de su insensatez.
 
POR QUÉ HUYE JESÚS A EGIPTO 
¿Y por qué—me diréis—es enviado el niño a Egipto? La razón la da particularmente el evangelista: Porque se cumpliera —dice—lo que fue dicho por el Señor por boca del profeta, diciendo: “De Egipto he llamado a mi hijo”. Pero juntamente el Señor anunciaba a toda la tierra un como preludio de buenas esperanzas. Como en Babilonia y Egipto ardía más que en parte alguna el incendio de la impiedad, al mostrar el Señor des­de el principio que las ha de corregir y mejorar, persuade a la tierra entera a que tenga buena esperanza. De ahí que a los magos los manda a tierras de Babilonia y Él mismo con su madre marcha a Egipto.
 
Aparte lo dicho, otra enseñanza sacamos de aquí, que no es pequeña parte para nuestra filosofía ¿Qué enseñanza es ésa? Que desde el principio hay que aguardar tentaciones y asechan­zas. Mira, si no, cómo tal le sucede a Él desde los pañales. En efecto, apenas nacido, el tirano se enfurece, Él tiene que huir y trasladarse más allá de las fronteras, y su madre, que en nada había faltado, es desterrada a tierra de extranjeros. Tú que esto oyes, cuando hayas merecido desempeñar un asunto espiritual y luego te veas entre sufrimientos intolerables y me­tido entre peligros sin cuento, no te turbes ni digas: ¿Qué es esto? ¿No merecía yo que se me coronara y proclamara, no merecía ser ilustre y glorioso, puesto que estoy cumpliendo un mandato del Señor?” No, ahí tienes el ejemplo. Súfrelo todo generosamente, sabiendo que eso acompaña particularmente a los espirituales; que ésa es su herencia: tentaciones y pruebas por todas partes. Mira, si no, cómo así sucede con la madre del niño y con los magos. Estos tienen que retirarse como fugitivos, y a aquélla, que no había jamás traspasado los umbrales de su casa, se le manda emprender tan largo y molesto viaje sólo por haber tenido aquel maravilloso parto, aquel espiritual alum­bramiento. Y mirad otra paradoja: Palestina acecha a la vida del niño, y Egipto le libra de las asechanzas. Y es que no sólo en los hijos del patriarca se daban las figuras, sino también en el Señor mismo. Muchas cosas, en efecto, que habían de suceder más tarde, eran ya de antemano anunciadas por lo que entonces Él hacía. Tal, por ejemplo, lo del asna y su pollino.
 
PANEGÍRICO DE SAN JOSÉ 
Aparecido, pues, el ángel, habla no con María, sino con José, y le dice: Levántate y toma al niño y a su madre. Aquí ya no le dice: “Toma a tu mujer”. Había tenido lugar el parto, se había disipado la sospecha, José estaba asegurado en su fe; el ángel, por ende, puede hablar ya con libertad, y no llama suyos ni a la mujer ni al niño. Toma—le dice—al niño y a su madre y huye a Egipto. Y ahora la causa de la huida: Porque Herodes —le dice—ha de atentar a la vida del niño.
 
Al oír esto, José no se escandalizó ni dijo: Esto parece un enigma. Tú mismo me decías no ha mucho que Él salvaría a su pueblo, y ahora no es capaz ni de salvarse a sí mismo, sino que tenemos necesidad de huir, de emprender un viaje y largo desplazamiento. Esto es contrario a tu promesa. Pero nada de esto dice, porque José es un varón fiel. Tampoco pregunta por el tiempo de la vuelta, a pesar de que el ángel lo había dejado indeterminado, pues le había dicho: Y estate allí hasta que yo te diga. Sin embargo, no por eso se entorpece, sino que obedece y cree y soporta todas las pruebas alegremente. Bien es verdad que Dios, amador de los hombres, mezclaba traba­jos y dulzuras, estilo que Él sigue con todos los santos. Ni los peligros ni los consuelos nos los da continuos, sino que de unos y otros va Él entretejiendo la vida de los justos. Tal hizo con José. Si no, mirad. Vió preñada a la Virgen, y esto le llenó de turbación y angustia suma, pues pudo sospechar que su esposa hubiera cometido un adulterio; pero inmediatamente se presentó el ángel, que le disipó la sospecha y quitó todo temor. Ve al niño recién nacido, y ello le procura la más grande ale­gría; pero bien pronto a esta alegría le sucede un peligro no pequeño: la ciudad se alborota, el rey se enfurece y busca ma­tar al recién nacido. A este alboroto síguele pronto otra alegría: la aparición de la estrella y la adoración de los magos. Tras este placer, otra vez el miedo y el peligro: Porque busca—le dice el ángel—Herodes el alma o vida del niño. Y nuevamente el ángel da orden de huir y cambiar de sitio a lo humano, pues no era aún tiempo de hacer maravillas. Si el Señor hubiera empezado a hacer milagros desde su primera edad, no se le hu­biera tenido por hombre. De ahí que tampoco se construye de golpe el templo de su cuerpo, sino que primero viene la con­cepción, luego la gestación por nueve meses, luego el parto, luego la leche de los pechos, el silencio por todo aquel tiempo; en fin, el Señor espera la edad conveniente de varón a fin de que por todos estos medios sea fácilmente aceptado el misterio de la encarnación. ¿Por qué, pues—me diréis—, se hicieron estos milagros desde el principio? Se hicieron en gracia a la madre, a José, a Simeón, que estaba ya para salir de este mun­do; por los pastores, por los magos, por los judíos. Porque, si éstos hubieran querido atender con cuidado a lo que sucedió al principio, no hubieran sacado poco fruto para lo por venir.
POR QUÉ NO HABLAN LOS PROFETAS SOBRE
LOS MAGOS. INTERPRETACIÓN DE OSEAS 
Que los profetas no hablen acerca de los magos, cosa es que no debe turbarte, pues ni todo lo dijeron ni todo lo calla­ron. Si Alada hubiéramos oído de ellos, ver de pronto suceder las cosas, nos hubiera producido gran espanto y perturbación; pero saberlo de antemano todo, nos hubiera hecho dormitar y nada hubieran tenido ya que hacer los evangelistas.
 
En cuanto al texto de Oseas: De Egipto he llamado a mi hijo, los judíos pretenden haber sido dicho por ellos. A esto les podemos responder que es ley de la profecía decir con frecuencia una cosa sobre unos y cumplirse sobre otros. Tal lo que se dice de Simeón y Leví: Yo los dividiré en Jacob y los esparciré en Israel. Lo cual no se cumplió en ellos, sino en sus descendientes. Y lo que Noé dijo sobre Canaán vino a verifi­carse en los gabaonitas, que eran descendientes de Canaán. Lo mismo pudiera decirse de Jacob. Aquellas bendiciones de su padre Isaac: Sé señor de tu hermano y adórente los hijos de tu padre, no tuvieron en él su cumplimiento— ¿cómo lo iban a tener, cuando él temblaba ante su hermano y mil veces se postraba para adorarle?—, sino en sus descendientes. Lo mismo, en fin, en el texto de Oseas. Porque ¿quién con más verdad puede llamarse hijo de Dios: el que adora al becerro y se inicia en los misterios de Belfegor y sacrifica sus hijos a los demo­nios, o el que es Hijo por naturaleza y honra siempre a su Padre? De suerte que, de no haber venido este Hijo, la profecía no hubiera tenido cumplimiento conveniente.
 
LA ESTANCIA EN EGIPTO DEL PUEBLO HEBREO,
FIGURA DE LA DEL SEÑOR
Mira, si no, cómo el evangelista da a entender esto mis­mo al decir: Porque se cumpliera, mostrando que, de no haber venido Cristo, no se hubiera cumplido. Esto hace—y no como quiera—ilustre y gloriosa a la Virgen. Lo que el pueblo judío entero tenía por timbre de gloria—haber salido de Egipto—, eso mismo podía tenerlo ella en adelante. Mucho se enorgullecían, mucho blasonaban ellos de haber salido de Egipto—y el pro­feta mismo lo da a entender cuando dice: ¿Acaso saqué a los extranjeros de Capadocia, y a los asirios del pozo?—. Pues lo mismo es ahora perrogativa de la Virgen. Es más, la entrada y salida del pueblo y los patriarcas en Egipto era figura de esta huida y vuelta de la Virgen y el niño. Aquéllos bajaron allí huyendo la muerte por hambre; el niño, huyendo la muerte por insidias de Herodes. Ellos, llegados allí, se vieron libres del hambre; el niño con su venida santificó, toda aquella tierra.
 
Pero considerad también cómo, entre tantas humillaciones, se descubre también la divinidad del niño. En efecto, al decirle el ángel a José: Huye a Egipto, no le prometió acompañarlos él en el camino, ni a la ida ni a la vuelta, dándole a entender que su mejor compañía era el mismo niño recién nacido. Este niño, apenas aparecido, lo transformó todo, y a sus mismos ene­migos los hizo entrar en el servicio de sus designios. En efecto, los magos—unos extranjeros—dejan su superstición patria y vienen a adorarle; César Augusto, por su decreto de empadro­namiento, contribuye a su nacimiento en Belén; Egipto le reci­be en su huida y le salva de las maquinaciones de Herodes, con lo que se adquiere un título para pertenecerle luego. Así, cuando más adelante oye que se lo predican los apóstoles, él se ufana de haber sido el primero en recibirlo. A la verdad, éste fue privilegio de sola Palestina; sin embargo, Egipto le ganó en fervor.

San juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía 8, 1-4, BAC Madrid 1955, 147-54

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