jueves, 17 de octubre de 2013

Perder la vida, por entregarla con amor a Cristo y a los hermanos, lleva a la alegría, la paz, la fecundidad, la salvación

El martirio de Cristo y de los cristianos
Introducción
P. José María Iraburu 

Cristo, el testigo (mártir) veraz, avanza toda su vida por un camino que conduce a la Cruz, donde consuma nuestra salvación. Y nosotros, si queremos ser discípulos suyos, hemos de ser también mártires, llevando su Cruz cada día hasta nuestra muerte. El Maestro nos lo enseña claramente:

«entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran» (Mt 7,13-14).

Así pues, «si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien perdiere su vida por mi causa y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,34-35).

Perder la vida, por entregarla con amor a Cristo y a los hermanos, lleva a la alegría, la paz, la fecundidad, la salvación. Guardar la vida, por no darla a Dios y al prójimo, conduce a la tristeza y a la angustia, a la esterilidad y a la perdición.

Al pueblo cristiano se le ofrecen, pues, dos caminos: el verdadero, el del Evangelio, que se recorre con la cruz y que lleva a la vida, y el sendero falso de un falso Evangelio, que intenta eludir la cruz y que lleva a la muerte.

Elegir el camino que se quiere andar es una elección necesaria. Y hoy esta elección se plantea con especial dramatismo, pues de nuevo y más que nunca estamos viviendo el tiempo de los mártires. Por eso, quien prefiera eludir el martirio, quizá lo consiga, pero ha de saber que deja el seguimiento de Cristo y que entra en un camino de perdición. Y quien hoy decide ser cristiano, ha de estar firmemente determinado a ser mártir con Cristo y a llevar cada día su cruz.

En las apariciones de Fátima, en 1917, la Virgen María anuncia a los beatos Francisco y Jacinta y a la Hermana Lucía que el siglo XX será un tiempo de grandes persecuciones contra la Iglesia:

«Rusia, si no se convierte, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia. Los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Finalmente, mi Corazón Inmaculado triunfará».

No siempre es fácil entender las profecías o discernir si son verdaderas o falsas. Hay que reconocer, sin embargo, que la verificación más segura de las profecías es su cumplimiento. Y no podrá negarse que aquellos avisos de la Virgen en Fátima, menospreciados por tantos orgullosos, han tenido cumplimiento exacto.

En un libro, I nuovi perseguitati, que Antonio Socci, según la prensa (13-V-2002), ha publicado en Italia se calcula que en los dos milenios de cristianismo han sido mártires, es decir, han muerto a causa de la fe, 70 millones de cristianos, y que de ellos 45 millones y medio (el 65 %) han sido mártires del siglo XX.

Sí, no cabe duda, estamos actualmente en el glorioso tiempo de los mártires. Pero estamos también en el vergonzoso tiempo de los apóstatas.

Por eso la situación de la época en que vivimos nos está pidiendo con especial urgencia una meditación espiritual profunda sobre el martirio de Cristo y de los cristianos. 

 

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