martes, 1 de octubre de 2013

Mis deseos junto a Jesús escondido en su prisión de amor - Santa Teresita del Niño Jesús

Santa Teresa de Lisieux


Llavecita del Sagrario:
Si tú supieras la envidia
Que te tengo, porque puedes
Cerrar y abrir cada día
La portezuela dorada
De la prisión eucarística...
Mas, llavecita preciosa:
¿A qué envidiarte tal dicha,
Si hacer tal milagro puedo
Con actos de fe rendida,
Y abrir puedo el tabernáculo
Y esconderme a maravilla
Junto al Rey... ¿A qué envidiarte
Llavecita; llavecita... ?

Lámpara, pequeña lámpara,
Que tan solitaria brillas
En el rincón apartado
De abandonada capilla:
Así, como tú, quisiera
Consumirme noche y día
Junto a Dios, con el misterio
De tu humilde lucecita.
Mas, ¡ay! ¿para qué envidiarte,
Si así se gasta mi vida,
Oculta en el Santuario
De solitaria celdilla,
Donde gano a Jesús almas
Que, en amores encendidas,
Le adoran; ¿a qué envidiarte,
Lamparita, lamparita?


Ara santa de altar santo:
¡Con qué de celos te mira
Mi corazón, cuando el Verbo
Baja al suelo y se reclina,
Como ayer en el pesebre,
Hoy sobre ti, ara bendita!
Mas, cuando Jesús escucha
La oración del alma mía,
¿A qué conservarte celos?
Si para dar acogida
A mi Salvador, yo tengo
Un alma bien mullidita,
Un corazón que está lejos
De ser piedra dura y fría,
Como, en resumidas cuentas,
Tú eres, ara bendita.

¡Oh corporales, sagrados
Donde reposa la vida!
Los ángeles con sus alas,
Cual pabellón, os cobijan.
Pero no me son los ángeles
Jamás motivo de envidia
Sino los lienzos que envuelven
Al que es Hijo de María.
En suave y blanco lienzo
Cambia, tú, Madre amantísima
Mi corazón, porque pueda,
De la manera más digna,
Recibir al Corderillo
Que los pecados nos quita,
Y se oculta en la hostia blanca
De la Santa Eucaristía.

Pate
na, linda patena,
Tan limpia, dorada y fina
¡Quien fuera, cual tú, dichosa!
¡Quién brillara, cuál tú brillas!
Ufana, porque a ti viene
La Majestad infinita!
Mas, ¡ay! mi Jesús me colma
De felicidad cumplida,
Sin esperar a que llegue
El postrero de mis días.
Jesús viene a la corola
Que , como patena limpia,
Y cual místico ostensorio,
le ofrece su Florecilla.

Yo quisiera ser el cáliz
De espléndida pedrería,
Donde en especies de vino,
Está la sangre divina.
Mas, en el místico cáliz
De esta pobre violetita,
Esa sangre tan preciosa
Recojo yo cada día.
Y sé que Jesús, mi esposo,
Mi pobre cáliz estima
Más que los cálices de oro,
Do se engastan piedras finas
Y sé que en el altar santo
Con su sangre me rocía,
Cual si en el Monte Calvario
Diese de nuevo la vida.

Jesús, Viña floreciente,
A ti no te tengo envidia,
Porque soy la uva dorada
De tan floreciente viña.
Bajo el peso del martirio,
En el lagar exprimida,
Quiero mostrar mis amores
E inmolarme cada día.
¿Cómo envidiará el sarmiento
A la cepa? ¿y cuál envidia
Tendrá a la vid el racimo,
Y al lagar la uva exprimida?
¡Dichosa suerte! entre el grano
De trigo, soy escogida
Para la mesa celeste,
Como la flor de la harina.

¡Oh, Jesús, mi dulce Esposo!
¿En dónde habrá mayor dicha
Que en nuestra unión duradera,
Que en la unión santa y divina,
En este valle de lágrimas
Por la Santa Eucaristía,
Y en la gloria ¡ay! en la gloria
Por la unión, que no habrá envidia
A la llave del Sagrario,
A la débil lamparita,
Al ara, a los corporales,
A la patena más limpia,
Al cáliz más reluciente,
A las uvas, a la viña,
A los trigos candeales
Y a las doradas espigas?

Ven a mí, Jesús amado;
Tu belleza me cautiva;
Ven a transformarme el alma;
Ven luego a darme vida.

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