sábado, 4 de mayo de 2013

Domingo VI de pascua (cicloc) - San Agustín

San Agustín
De los tratados sobre el
Evangelio de San Juan
Tratado 76
(Jn 14, 23-24)
1. Con las preguntas de los discípulos y las respuestas de Jesús, su Maestro, aprendemos nosotros juntamente con ellos cuando leemos o escuchamos el santo evangelio. Como el Señor había dicho: Un poco de tiempo más, y el mundo ya no me ve, pero vosotros me veréis, le preguntó sobre esto Judas, no aquel traidor que se apodaba Iscariote, sino aquel cuya epístola es leída entre las Escrituras canónicas: Señor, ¿qué motivos hay para que te manifiestes a nosotros y no al mundo? Seamos también nosotros como discípulos, que con ellos interrogan, y escuchemos a la vez nosotros al Maestro común a todos. Judas el santo, no el perverso; el seguidor, no el perseguidor, preguntó por qué motivo se había de manifestar Jesús a los suyos y no al mundo; por qué después de poco tiempo no le vería el mundo, y ellos le verían.
2. Jesús le respondió diciendo: Si alguno me ama, observará mi doctrina, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él. El que no me ama, no practica mi doctrina. Ahí tenéis la causa de manifestarse a los suyos y no a los extraños, incluidos bajo el nombre de mundo, y la causa de que unos amen y otros no amen. Es el mismo motivo que declara el Salmo, que dice: Júzgame, Señor, y separa mi causa de la gente perversa. Los que aman son elegidos porque aman; pero los que no aman, aunque hablen los idiomas de los hombres y de los ángeles, son como un alambre, que suena, y como un címbalo, que tañe; y aunque tengan el don de profecía, conozcan todos los secretos y posean todas las ciencias y tengan tanta fe que puedan trasladar las montañas, nada son; y aunque distribuyan toda su hacienda a los pobres y entreguen sus cuerpos al fuego, no les será de ningún provecho. El amor distingue del mundo a los santos y hace que vivan juntos con una sola alma en la casa. Y a esta casa la convierten en su mansión el Padre y el Hijo, que infunden este amor a quienes han de conceder en el fin del mundo su manifestación, acerca de la cual el discípulo interrogó al Maestro para que todos pudiésemos llegar al conocimiento de estas cosas, aleccionados directamente por su boca los que le escuchaban, y nosotros por medio del Evangelio. Preguntó él por la manifestación de Cristo, y Cristo habló acerca del amor y de su mansión. Existe, pues, una interior manifestación de Dios, que los impíos desconocen absolutamente, y para ellos no hay manifestación del Padre y del Espíritu Santo, aunque pudieron ver la del Hijo, pero solamente en carne, que no es como aquella otra, ni pueden tenerla siempre sino por corto tiempo y para su condenación y tormento, no para ser su alegría y su premio.
3. Es ya hora de que entendamos, en cuanto Él se digna descubrirnos, el sentido de estas palabras: Un poco más de tiempo, y el mundo ya no me ve, pero vosotros me veréis. Cierto es que dentro de poco tiempo había de retirar de su vista su propio cuerpo, el cual podían ver hasta los impíos, aunque ninguno de éstos lo vio después de su resurrección. Pero, según declaró por el testimonio de los ángeles, Vendrá del mismo modo que le habéis visto subir al cielo; y tenemos la creencia de que con el mismo cuerpo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos; no cabe duda que entonces le verá el mundo, en cuyo nombre están incluidos todos los que serán excluidos de su reino. Por lo cual, con mayor motivo podemos creer que en estas palabras: Un poco más de tiempo, y el mundo ya no me verá, se refirió al tiempo aquel en que al fin del mundo se retirará de la vista de los condenados, para que en adelante solamente le vean aquellos amantes suyos dentro de los cuales harán su morada el Padre y el Hijo. Y dijo poco, porque este tiempo que parece tan largo a los hombres es cortísimo a los ojos de Dios. De este poco dice el mismo evangelista San Juan: Hijitos, ésta es la última hora.
4. Y no sea que alguno vaya a pensar que solamente el Padre y el Hijo han de poner su morada sin el Espíritu Santo en sus amantes, recuerdo lo dicho anteriormente acerca del Espíritu Santo: Que el mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conoceréis, porque permanecerá con vosotros y estará dentro de vosotros. Y así, en los justos tendrán su morada el Padre y el Hijo juntamente con el Espíritu Santo; dentro de ellos morará Dios como en su templo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo vienen a nosotros cuando nosotros vamos a ellos: vienen prestando su ayuda, vamos prestando obediencia; vienen iluminando, vamos contemplando; vienen llenando, vamos cogiendo; de modo que para nosotros su visión no sea externa, sino interna; y su permanencia en nosotros no sea transitoria, sino eterna. De esta manera no se manifiesta el Hijo al mundo; entendiendo aquí por mundo a aquellos de los cuales dijo a continuación: Quien no me ama, no guarda mi doctrina. Estos son los que jamás han de ver al Padre y al Espíritu Santo. Por un corto tiempo verán al Hijo, no para ser dichosos, sino para ser juzgados. Más no le verán como Dios, que será invisible con el Padre y el Espíritu Santo, sino como hombre, que en su pasión quiso ser despreciado por el mundo, y será terrible en el juicio.
5. Estas palabras que añadió: La doctrina que habéis escuchado, no es mía, sino del Padre, que me envió, no deben causarnos admiración ni espanto. No es Él menor que el Padre, más procede solamente del Padre. No es desigual al Padre, más no tiene el ser de sí mismo. Tampoco mintió cuando dijo: Quien no me ama no guarda mis palabras. Aquí dice que las palabras son suyas. ¿Acaso se contradice cuando volvió a repetir: La palabra que habéis oído, no es mía? Quizá con esta distinción quiso aludir a El mismo, diciendo que eran suyas cuando dijo en plural palabras; y cuando dijo en singular palabra, esto es, el Verbo, no era suya, sino del Padre. Pues en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. No es suyo el Verbo, sino del Padre. Como Él no es imagen suya, sino del Padre; ni Él es tampoco Hijo suyo, sino Hijo del Padre. Con razón, pues, atribuye a su Principio lo que hace el que es igual a Él, y del cual tiene el ser igual sin diferencia alguna.
Tratado 77
(Jn 14, 25-27)
1. En la lectura del santo evangelio que precede a esta que acabáis de escuchar, había dicho Nuestro Señor Jesucristo que El y el Padre vendrían a sus amantes y establecerían en ellos su morada. Y anteriormente había dicho del Espíritu Santo: Vosotros le conoceréis, porque morará con vosotros y estará dentro de vosotros. Por eso llegamos a concluir que Dios trino vive en los justos como en su templo. Mas ahora dice: Estas cosas os las he dicho durante mi permanencia con vosotros. Luego aquella permanencia que les promete para el futuro, es diferente de esta permanencia que ahora tiene entre ellos. Aquélla es espiritual y se verifica en el interior de las almas; ésta es corporal y se manifiesta exteriormente a la vista y al oído. Aquélla constituye la eterna bienaventuranza de los libertados; ésta es una visita temporal a quienes viene a libertar. Por aquélla jamás el Señor se aparta de sus amantes; por ésta se va y los deja. Estas cosas os he dicho durante mi permanencia entre vosotros con la presencia corporal, en la cual visiblemente hablaba con ellos.
2. Luego dice: Mas el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará cuantas cosas os tengo dichas. ¿Acaso habla el Hijo y enseña el Espíritu Santo, de modo que, cuando el Hijo habla, solamente percibimos sus palabras y las entendemos con las enseñanzas del Espíritu Santo? ¿Habla el Hijo sin el Espíritu Santo, o enseña el Espíritu Santo sin el Hijo, o más bien igualmente habla el Espíritu Santo y enseña el Hijo, y cuando Dios dice y enseña algo, lo dice y enseña la misma Trinidad? Pero, por ser una Trinidad, era conveniente mencionar a las tres Personas, para que nosotros las oigamos como distintas y las consideremos inseparables. Escucha la voz del Padre donde lees: Dijome el Señor: Tú eres mi Hijo; óyele ahora enseñando: Quien oyó al Padre y aprendió, vino a mí. Ha poco has oído hablar al Hijo, al decir de sí mismo: Las cosas que os he dicho; y si quieres verle enseñando, recuerda al Maestro, que dice: Uno es vuestro maestro, Cristo. Y al Espíritu Santo, al que poco ha le has oído como docente, donde dice: Él os enseñará todas las cosas, óyele también hablando en los Actos de los Apóstoles, cuando el Espíritu Santo dijo a Pedro: Vete con ellos, porque los he enviado yo. Así, pues, toda la Trinidad habla y enseña; mas, si no nos fuera declarada cada una de las Personas, jamás las hubiese descubierto la cortedad del hombre. Y, siendo indivisible, nunca hubiéramos sabido que son una Trinidad, si de ella se hablase siempre inseparablemente, porque, cuando decimos Padre, Hijo y Espíritu Santo, no los pronunciamos todos a la vez, siendo así que ellos no pueden ser sino simultáneamente. En cuanto a las palabras Os recordará, debemos entender que estos avisos saludables, cosa que nunca debemos olvidar, pertenecen al orden de la gracia, que nos recuerda el Espíritu Santo.
3. La paz os dejo, mi paz os doy. Esto mismo leemos en el profeta: Paz sobre la paz. Nos deja la paz cuando va a partir, y nos dará su paz cuando venga en el fin del mundo. Nos deja la paz en este mundo, nos dará su paz en el otro. Nos deja su paz para que, permaneciendo en ella, podamos vencer al enemigo; nos dará su paz cuando reinemos libres de enemigos. Nos deja su paz para que aquí nos amemos unos a otros; nos dará su paz allí donde no podamos tener diferencias. Nos deja su paz para que no nos juzguemos unos a otros acerca de lo que nos es desconocido mientras vivimos en este mundo; nos dará su paz cuando nos manifieste los pensamientos del corazón, y cada cual recibirá entonces de Dios la alabanza. Pero en El y de El tenemos nosotros la paz, sea la que nos deja al irse al Padre, sea la que nos dará cuando nos conduzca al Padre. Pues ¿qué es lo que nos deja al partirse de nosotros sino a El mismo, que no se aparta de nosotros? Él es la paz nuestra, que de dos hizo una sola cosa. Él es nuestra paz, no sólo cuando creemos que Él es, sino también cuando le veamos como Él es. Pues si, mientras estamos en este cuerpo corruptible, que aprisiona al alma, y caminamos por la fe y no por la contemplación, El no abandona a quienes se ven distantes de Él, ¿con cuánta mayor razón nos llenará de sí cuando lleguemos a contemplarle?
4. Pero ¿por qué, cuando dijo: La paz os dejo, no añadió mí, como cuando dijo: Mi paz os doy? ¿Habrá que sobrentender esta palabra donde Él no la puso, por referirse a ambas frases lo dicho una sola vez? ¿O habrá aquí algún secreto que buscar, inquirir y declarar a quienes llaman? ¿Y qué, si quiso por su paz dar a entender la paz que tiene El mismo? Porque la paz que nos deja en este mundo, más bien es nuestra que suya. A El nada le contraría dentro de sí mismo, porque no tiene pecado alguno; pero nuestra paz es aquí de tal naturaleza, que aún tenemos que decir: Perdónanos nuestras deudas. Tenemos paz porque nos deleitamos en la ley de Dios según el hombre interior; mas no es completa, porque vemos en nuestros miembros otra ley que se opone a la ley de nuestro espíritu. También tenemos paz entre nosotros mismos, porque mutuamente creemos amarnos unos a otros, pero tampoco esta paz es completa, porque no alcanzamos a ver los mutuos pensamientos del corazón, y mutuamente nos formamos una opinión mejor o peor por cosas que nos imputan siendo inocentes. Y así, esta paz, aunque El nos la haya dejado, es una paz nuestra, porque, si Él no nos la hubiera dejado, ni tal paz tendríamos; mas no es ésta la paz que Él tiene. Y si hasta el fin conservamos esta paz, como la hemos recibido, tendremos la paz que Él tiene allí, donde no haya dentro de nosotros nada que nos contraríe ni tengamos unos para otros secretos en el corazón. No ignoro que estas palabras del Señor pueden tomarse en el sentido de que la segunda frase sea una repetición de la primera, de modo que sea lo mismo La paz que Mi paz, y lo mismo os dejo que os doy. Tómelo cada cual como le parezca. Pero a mí, y creo que a vosotros también, hermanos míos muy amados, me agrada más tener esta paz aquí, venciendo al adversario con la concordia, para anhelar aquella paz que no tiene adversarios.
5. Y ¿qué otra cosa viene a ser la frase que añadió el Señor, diciendo: Yo no os la doy como la da el mundo, sino que yo no os la doy como la dan los hombres que aman el mundo? Estos se dan la paz para poder gozar, no de Dios, sino del mundo sin las incomodidades de los pleitos y de las guerras; y cuando dan paz a los justos, cesando de perseguirlos, no puede ser una paz verdadera, porque están desunidos los corazones. Pues, así como se llama consorte a aquel que une a otro su suerte, del mismo modo se llama concorde al que tiene el corazón unido a otro. Y nosotros, carísimos, a quienes Cristo deja la paz, y da su paz, no como la da el mundo, sino como la da el que hizo el mundo, para tener concordia, unamos nuestros corazones en un solo y levantémoslos al cielo para que no se corrompan en la tierra.
Tratado 78
(Jn 14, 27-28)
1. Hemos oído, hermanos, lo que el Señor dice a sus discípulos: No se turbe vuestro corazón ni se amilane. Me habéis oído deciros que yo me voy y vuelvo a vosotros. Si me amaseis, os alegraríais de verdad porque voy al Padre porque el Padre es mayor que yo. Se turbaba y temía su corazón porque se separaba de ellos, aunque después volviese, por temor a que en ese intervalo entrase el lobo en el aprisco aprovechando la ausencia del pastor. Pero, como Dios, no abandonaba a los que, como hombre, dejaba, porque Cristo es hombre y es Dios. Se iba en cuanto hombre y con ellos permanecía en cuanto Dios. Se iba en cuanto aquello que ocupa un lugar, permanecía por lo que está en todo lugar. ¿Por qué, pues, ha de turbarse y sentir miedo el corazón cuando de tal modo se aparta de su vista, que no sale de su corazón? Aunque, como Dios, que está en todo lugar, también se aparta del corazón de aquellos que de Él se apartan con sus costumbres, si no con sus cuerpos; y viene a aquellos que a Él se vuelven, no con el rostro, sino por la fe, y se acercan a Él, no con el cuerpo, sino con el alma. Y para darles a entender que, como hombre, les había dicho: Voy y vengo a vosotros, añadió: Si me amaseis, os gozaríais de que me voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo. En cuanto a aquello por lo cual el Hijo no es igual al Padre, se iba al Padre, del que ha de volver a juzgar a los vivos y a los muertos. Pero, por lo que el Unigénito es igual al que lo engendró, nunca se aparta del Padre, y con Él está todo en todas partes con la misma divinidad, que no puede estar contenida en lugar alguno; porque, estando en la naturaleza de Dios, como dice el Apóstol, no tuvo por usurpación el ser igual a Dios. ¿Y cómo podía ser una usurpación la naturaleza que no había sido usurpada, sino engendrada? Se anonadó, no obstante, a sí mismo, tomando la forma de siervo, la cual tomó sin perder aquélla. Se anonadó para aparecer aquí menor que aquello que permanecía en el Padre. Tomó la naturaleza de siervo, no dejó la naturaleza divina: la una fue asumida, la otra no quedó consumida. Por la humana dice: El Padre es mayor que yo; y por la divina: Yo y el Padre somos una sola cosa.
2. Preste atención a esto el arriano, y con ella se vuelva sano, para no verse en sus esfuerzos vanos, o lo que es peor, insano. Esta es la forma de siervo, por la cual no sólo es menor que el Padre, sino también menor que el Espíritu Santo; más aún, menor que El mismo, porque por la forma de Dios es mayor que El mismo. Y el hombre Cristo se llama Hijo de Dios, como lo mereció llamarse también su cuerpo solo cuando estaba en el sepulcro. Pues ¿qué otra cosa confesamos cuando decimos que creemos en el Hijo unigénito de Dios, que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato y fue sepultado? ¿Y qué es lo que fue sepultado sino el cuerpo sin el alma? Y, por consiguiente, cuando creemos en el Hijo de Dios, que fue sepultado, llamamos realmente Hijo de Dios al cuerpo, ya que él solo fue sepultado. Luego el mismo Cristo, Hijo de Dios, igual al Padre por la naturaleza divina, al anonadarse tomando la naturaleza humana, sin dejar la divina, es mayor que El mismo; porque es mayor la forma de Dios, que no perdió, que la forma de siervo, que tomó. ¿Por qué, pues, ha de parecer extraño o indigno que, hablando según esta forma de siervo, diga el Hijo de Dios que el Padre es mayor que yo; y que, hablando según la forma de Dios, diga: Yo y el Padre somos una sola cosa? Una cosa, en cuanto que el Verbo era Dios, y mayor el Padre, en cuanto que el Verbo se hizo carne. Y me atrevo a decir lo que los arríanos y los eunomianos no pueden negar, que Cristo por la forma de siervo era menor que sus padres, cuando, siendo pequeño, según está escrito, estaba sujeto a los mayores. ¿Por qué, pues, oh hereje, siendo Cristo Dios y hombre, cuando habla como hombre, tú levantas falsos testimonios contra Dios? Él nos manifiesta su naturaleza humana, ¿y tú te atreves a deformar la divina? Impío e ingrato, ¿disminuyes tú a aquel que te creó, porque dice lo que Él se hizo por ti? Para ser menor que el Padre, se hizo hombre el Hijo igual al Padre, por el cual fue hecho el hombre. Y si Él no se hiciera hombre, ¿qué sería del hombre?
3. Diga, pues, nuestro Señor y Maestro: Si me amaseis, os gozaríais de que me voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Y nosotros, con los discípulos, escuchemos las palabras del Doctor, y no sigamos con los extraños la astucia del enemigo engañador. Confesemos la doble naturaleza de Cristo, a saber: la divina, por la que es igual al Padre; y la humana, por la que el Padre es mayor que Él. La una y la otra unidas son, no dos, sino un solo Cristo, para que Dios sea una Trinidad y no una cuaternidad. Porque, así como el alma y el cuerpo son un solo hombre, así Dios y el hombre son un solo Cristo. Y, en consecuencia, Cristo es Dios, alma racional y carne. Nosotros confesamos a Cristo en estas tres cosas y en cada una de ellas. ¿Por quién fue creado el mundo? Por Cristo Jesús en la forma de Dios. ¿Quién fue crucificado por Poncio Pilato? Cristo Jesús en la forma de siervo. Lo mismo podemos preguntar acerca de las partes constitutivas del hombre. ¿Quién es el que no fue abandonado a la muerte? Cristo Jesús, pero solamente en su alma. ¿Quién estuvo tres días en el sepulcro para volver a resucitar? Cristo Jesús en solo su cuerpo. En cada una de estas cosas se le llama Cristo. Pero no son dos o tres Cristos, sino uno solo. Y por esto dijo: Si me amaseis, os gozaríais de que me voy al Padre; porque debemos alegrarnos de que la naturaleza humana de tal modo fue unida al Verbo unigénito, que fue colocada inmortal en el cielo; y de tal modo fue ensalzada la carne, que, incorruptible, está sentada a la derecha del Padre. Y en este sentido dijo que iba al Padre, quien ciertamente estaba con El. Pero el ir al Padre y separarse de nosotros era cambiar y hacer inmortal al cuerpo mortal, que había tomado de nosotros, y elevar hasta el cielo la carne en la cual por nosotros vivió en la tierra. ¿Quién, pues, no ha de alegrarse, si de veras ama a Cristo, de ver a su naturaleza inmortalizada en Cristo, esperando llegar él también a la inmortalidad por Cristo?
Tratado 79
(Jn 14, 29-31)
1. Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, había dicho a sus discípulos: Si me amaseis, os gozaríais porque me voy al Padre, que es mayor que yo. Y que Él dijo esto por la forma de siervo y no por la forma de Dios, en la cual es igual al Padre, lo sabe muy bien la fe arraigada en las almas de los fieles, aunque lo ignore la fe fingida de los necios y calumniadores. Luego añadió: Os lo he dicho ahora antes que suceda, para que, cuando sucediere, creáis. ¿Qué quiere decir esto, cuando el hombre debe creer lo que ha de creer antes que suceda? La excelencia de la fe está en creer lo que no se ve. Pues ¿qué mérito tiene creer lo que se ve, según la frase que el Señor dirigió en tono de reprensión al discípulo: Has creído porque lo has visto; bienaventurados los que no ven y creen? Y no sé hasta qué punto puede decirse de uno que cree lo que ve; porque en la carta a los Hebreos se define así la fe: Es la fe el fundamento de los que esperan y el convencimiento de las cosas que no se ven. Por lo tanto, si se da la fe en las cosas que se creen, y la misma fe es de las cosas que no se ven, ¿qué quiere el Señor dar a entender con estas palabras: Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que, cuando sucediere, creáis? ¿No hubiera dicho mejor de este modo: Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que, cuando sucediere, lo veáis? Porque aquel a quien dijo: Has creído porque has visto, no creyó en lo que vio; vio una cosa y creyó otra; vio al hombre y lo creyó Dios. Veía y tocaba la carne viva que antes había visto muerta, y creía a Dios escondido en aquella carne. A través de lo que aparecía a los sentidos, creía en su alma lo que con ellos no veía. Y aunque se dice que se cree lo que se ve, como cuando uno dice que lo cree por sus propios ojos, no es, sin embargo, ésta la fe que se planta en nosotros, sino que, por lo que se ve, se llega a creer lo que no se ve. Y, por consiguiente, carísimos, en las palabras del Señor que estoy exponiendo: Os lo he dicho ahora para que, cuando haya sucedido, creáis, al decir cuando sucediere, se refiere a que después de la muerte le habían de ver vivo y subir al Padre, y que, viendo esto, habían de creer que Él era el Cristo, Hijo de Dios vivo, que pudo hacer esto cuando lo predijo y predecirlo antes de suceder; lo cual ellos habían de creer no con una fe nueva, sino con fe más firme, o porque su fe se entibió con su muerte y se avivó con su resurrección. Y no es porque antes no le creyesen Hijo de Dios, sino que, al ver cumplido en Él lo que antes había predicho, su fe, que era pequeña cuando con ellos hablaba, y llegó a ser casi nula con su muerte, revivió y creció.
2. ¿Qué es lo que dice después? Ya no he de hablar mucho con vosotros, porque ya viene el príncipe de este mundo. ¿Quién sino el diablo? Y en mí no tiene nada suyo, es decir, ningún pecado. De este modo da a entender que el demonio no es el príncipe de las criaturas, sino de los pecadores, a quienes ahora les da el nombre de mundo. Y cuantas veces nombra al mundo en sentido peyorativo, alude a los amadores de este mundo, de los cuales está escrito: El que quisiere ser amigo de este mundo, se hace enemigo de Dios. Lejos de vosotros entender el principado del diablo sobre el mundo, como si él gobernara al universo, o sea, al cielo y a la tierra y a todas las cosas que hay en ellos, como se dijo hablando de Cristo, Verbo: Y el mundo fue hecho por El. Todo el universo, desde el cielo empíreo hasta lo más bajo de la tierra, está sometido al Creador, no al desertor; al Redentor, no al matador; al Libertador, no al que cautiva; al Doctor, no al deceptor. De qué manera hay que entender el principado del diablo sobre el mundo, lo declara con evidencia el apóstol San Pablo, después de haber dicho: No tenemos que batallar contra la carne y la sangre, o sea, contra los hombres, sino contra los príncipes, contra las potestades y gobernadores del mundo, de estas tinieblas. Añadiendo: De estas tinieblas, expresó el significado que daba al vocablo mundo para evitar que alguno por la palabra mundo entendiese a los seres creados, que en modo alguno son gobernados por los ángeles desertores. Tinieblas llama a los amadores de este mundo, entre los cuales ha elegido, no obstante, por su gracia, no por sus méritos, a aquellos a quienes dice: Fuisteis tinieblas en algún tiempo, y sois ahora luz en el Señor. Todos estuvieron bajo el poder de los rectores de estas tinieblas, o sea, de los impíos, como tinieblas bajo las tinieblas; pero damos gracias a Dios, que nos sacó de ellas, según dice el mismo Apóstol, del poder de las tinieblas, y nos trasladó al reino del Hijo de su amor. En el cual nada tiene el príncipe de este mundo, es decir, de estas tinieblas; porque ni Dios había venido manchado por el pecado, ni la Virgen había dado a luz su carne con la herencia del pecado. Y como si se le dijese: ¿Por qué, pues, mueres, si no tienes pecado, que lleva consigo la condenación a la muerte?, al punto añadió: Pero para que el mundo conozca que amo al Padre y que obro según la orden que me dio el Padre, levantaos, vámonos de aquí. Sentado hablaba a los que con El estaban sentados a la mesa. Vayamos, dijo, ¿adónde sino al lugar en que había de ser entregado a la muerte Aquel que no tenía ningún motivo para morir? Pero tenía el mandato del Padre para ir a la muerte, como aquel de quien estaba predicho: Pagaba entonces los hurtos que yo no había cometido; pagando la deuda de la muerte El, que no tenía tal deuda, para librarnos a nosotros de la muerte que debíamos. Porque había arrebatado el pecado a Adán cuando, engañado por su presunción, extendió su mano hacia el árbol para usurpar el nombre de la divinidad, que no se concede, y que el Hijo de Dios tiene por naturaleza, no por usurpación.
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIV), Tratados 77-79, BAC, Madrid, 1965, pp. 345-361)

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