sábado, 11 de mayo de 2013

Ascención del Señor - San Agustín (1)

Sermón 261
Tema: La ascensión del Señor.
Lugar: Cartago.
Fecha: Fiesta de la Ascensión. Año 410 o 418.
1. La resurrección del Señor es nuestra esperanza; su ascensión, nuestra glorificación. Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión. Si, pues, celebramos como es debido, fiel, devota, santa y piadosamente, la ascensión del Señor, ascendamos con él y tengamos nuestro corazón levantado. Ascender no equivale a ensoberbecerse. Debemos tener levantado el corazón, pero hacia el Señor. Tener el corazón levantado, pero no hacia el Señor, se llama soberbia; tener el corazón levantado hacia el Señor se llama refugio, pues al que ha ascendido es a quien decimos: Señor, te has convertido en nuestro refugio. Resucitó, en efecto, para damos la esperanza de que resucitará lo que muere, para que la muerte no nos prive de la esperanza y lleguemos a pensar que toda nuestra vida concluye con la muerte. Nos preocupaba el alma, y él, al resucitar, nos dio seguridad incluso respecto al cuerpo. ¿Quién ascendió entonces? El que descendió. Descendió para sanarte, subió para elevarte. Si te levantas tú, vuelves a caer; si te levanta él, permaneces en pie. Levantemos, pues, el corazón, pero hacia el Señor: he aquí el refugio; levantemos el corazón, pero no hacia el Señor: he aquí la soberbia. Digámosle, pues, en cuanto resucitado: Porque tú eres, Señor, mi esperanza; en cuanto ascendido: Has puesto muy alto tu refugio. ¿Cómo podemos ser soberbios teniendo el corazón levantado hacía quien se hizo humilde por nosotros para que no continuásemos siendo soberbios?

2. Cristo es Dios; lo es siempre: nunca dejará de serlo, porque nunca comenzó a serlo. Si su gracia puede hacer que no tenga fin algo que tiene comienzo, ¿cómo va a tener fin él, que nunca tuvo comienzo? ¿Qué es lo que ha tenido comienzo y no tendrá fin? Nuestra inmortalidad tendrá comienzo, pero carecerá de fin. En efecto, no poseemos ya aquello que, cuando comencemos a poseerlo, nunca lo perderemos. Así, pues, Cristo es siempre Dios. Dios, ¿cómo? ¿Preguntas qué clase de divinidad? Es igual al Padre. No busques en la eternidad modos distintos, sino sólo la felicidad. Comprende, si puedes, cómo Cristo es Dios. Te lo voy a decir, no te defraudaré. ¿Preguntas cómo Cristo es Dios? Escúchame; mejor, escucha a mi lado; escuchemos y aprendamos juntos. No creáis que porque yo hablo y vosotros me escucháis, yo no escucho con vosotros. Cuando oyes que Cristo es Dios, preguntas: «¿En qué modo Cristo es Dios?» Escucha conmigo; no digo que me escuches a mí, sino que escuches conmigo, pues en esta escuela todos somos condiscípulos; el cielo es la cátedra de nuestro maestro. Escucha, pues, de qué modo Cristo es Dios. En el principio existía la Palabra. ¿Dónde? Y la Palabra estaba junto a Dios. Pero palabras acostumbramos a oírlas a diario. No equipares a las que acostumbras a oír la Palabra era Dios, cuyo modo de ser busco. Pues he aquí que ya creo que es Dios, pero pregunto cómo es Dios. Buscad siempre su rostro. Que nadie desfallezca en la búsqueda, antes bien avance. Avanza en la búsqueda si es la piedad y no la vanidad la que busca. ¿Cómo busca la piedad y cómo la vanidad? La piedad busca creyendo, la vanidad disputando. En el caso de que quieras entrar en discusiones conmigo y decirme: «¿A qué Dios adoras? ¿Cómo es el Dios que adoras? Muéstrame lo que adoras», te responderé: «Aunque tengo qué mostrar, no tengo a quién.»
3. Tampoco yo me atrevo a decir que he alcanzado ya aquello por lo que preguntas. En cuanto me es posible, voy tras las huellas de aquel gran atleta de Cristo, es decir, del apóstol Pablo, que dice: Hermanos, ni yo mismo pienso haberlo alcanzado. Ni yo mismo. ¿Qué es ese yo mismo? ¿Yo que he trabajado más que todos ellos? Sé, apóstol, de qué manera pronuncias yo: es una expresión enfática, no manifestación de orgullo. ¿Quieres escuchar de qué manera dice yo? Después de haber dicho: He trabajado más que todos ellos, se reservó para sí su yo. He trabajado, dijo, más que todos ellos. Y como si le dijéramos nosotros: «¿Quién?», nos responde: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Así, pues, el que estaba en posesión de tanta gracia de Dios que, a pesar de haber sido llamado más tarde, trabajó más que los que lo habían precedido, dice no obstante: Hermanos, ni yo mismo pienso haberlo alcanzado. Vuelve a aparecer el yo donde indica no haberlo alcanzado. El no alcanzarlo es resultado de la debilidad humana. En cambio, cuando habla de que fue elevado al tercer cielo y escuchó palabras inefables que no está permitido hablar a hombre alguno, no dijo: «Yo.» ¿Qué dijo entonces? Conozco un hombre que hace catorce años. Conozco un hombre: y ese hombre era el mismo que hablaba, y, como atribuyó a otro lo que había tenido lugar en él, no faltó. Por tanto, no provoques contiendas ni litigios exigiendo que te diga cómo es el Dios que adoro. Pues no es un ídolo, que me permita apuntarlo con el dedo y decir: «He aquí el Dios que adoro»; ni es tampoco un astro o una estrella, o el sol o la luna, que me permitan apuntar al cielo y decir: «He ahí lo que adoro.» No es nada a lo que pueda extenderse el dedo, pero sí la mente. Considera a aquel que no lo ha alcanzado y que, sin embargo, lo busca, lo persigue, lo anhela, suspira por ello y lo desea; pon los ojos en él y mira lo que alarga hasta su Dios, si el dedo o el alma. ¿Qué dice? No pienso haberlo alcanzado. Más, olvidando lo pasado y en tensión hacia lo que está delante, una sola cosa persigo en mi intención: la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús. Persigo —dijo—, ando, estoy en camino. Sígueme, si puedes; lleguemos juntos a la patria donde ni tú me harás preguntas ni yo a ti. Ahora busquemos juntos creyendo para que después disfrutemos viendo.
4. En efecto, ¿quién te puede mostrar de qué manera Cristo es Dios? Ve lo que se ha dignado decir por boca de su siervo; dígalo también por medio de éste su siervo a mis consiervos, siervos suyos. Se te dijo: En el principio existía la Palabra. Preguntabas dónde estaba, y se te respondió: La Palabra estaba junto a Dios. Y para que no despreciases las palabras por la costumbre del hablar humano escuchaste: La Palabra era Dios. ¿Preguntas todavía de qué modo es Dios? Todo fue hecho por ella. Amala; cuanto amas procede de ella. No amemos a la creatura olvidando al creador; más bien, contemplemos la creatura y alabamos al creador. No te puedo mostrar a mi Dios; te muestro lo que hizo; traigo a tu memoria lo que hizo. Todo fue hecho por ella. El que no es nuevo hizo las cosas nuevas; el sempiterno hizo las cosas temporales; quien desconoce el cambio hizo las cosas mudables. Contempla la obra y alaba al autor; cree para purificarte. ¿Quieres ver? Cosa buena y grande quieres; te exhorto a que quieras. ¿Quieres ver? Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Piensa primero en purificar el corazón; sea ésta tu ocupación, convócate a esta tarea, aplícate a esta obra. Lo que quieres ver es puro, e impuro aquello con que quieres verlo.
Consideras a Dios como una luz apta para estos ojos, inmensa y múltiple; aumentas las distancias a placer; donde no quieres no pones límites y donde quieres los pones. Estas fantasías son la impureza de tu corazón. Quítala, elimínala. Si te cayera tierra en el ojo y quisieras que te mostrase la luz, tus ojos buscarían antes de nada, quien los limpiase. Muchas son las impurezas que hay en tu corazón. Una, y no pequeña, es la avaricia que hay allí. Almacenas lo que no podrás llevarte contigo. ¿Ignoras que, cuando acumulas, traes barro a tu corazón? ¿Cómo podrás ver, pues, lo que buscas?
5. Tú me dices: «Muéstrame a tu Dios.» Yo te respondo: «Vuelve los ojos por un momento a tu corazón.» «Muéstrame, dices, a tu Dios.» «Vuelve los ojos por un momento, repito, a tu corazón.» Quita de él lo que veas en él que desagrada a Dios. Dios quiere venir a ti. Escucha al mismo Cristo el Señor: Yo y el Padre vendremos a él y estableceremos nuestra morada en él. He aquí lo que te promete Dios. Si te prometiera venir a tu casa, la limpiarías: Dios quiere venir a tu corazón, ¿y eres perezoso para limpiarle la casa? No le gusta habitar en compañía de la avaricia, mujer inmunda e insaciable, a cuyas órdenes servías tú que buscabas ver a Dios. ¿Qué hiciste de lo que Dios te ordenó? ¿Qué no hiciste de cuanto la avaricia te mandó? ¿Cuánto hiciste de lo que Dios te ordenó? Yo te muestro lo que hay en tu corazón, en el corazón de quien quiere ver a Dios. Había dicho antes: «Aunque tengo qué mostrar, no tengo a quién.» De lo que te mandó Dios, ¿cuánto hiciste? De lo que te mandó la avaricia, ¿cuánto dejaste para más tarde? Te ordenó Dios vestir al desnudo, y te pusiste a temblar; te mandó la avaricia que despojases al vestido, y perdiste los estribos. Si hubieses hecho lo que Dios te mandó, ¿qué voy a decirte? ¿Qué tendrías esto y aquello? Tendrías al mismo
Dios. Si hubieras hecho lo que Dios te mandó, tendrías a Dios. Hiciste lo que te ordenó la avaricia: ¿qué tienes? Sé que has de decirme: «Tengo lo que sustraje.» Tienes, pues, por haber quitado. ¿Qué tienes tú que te has perdido a ti mismo? «Algo tengo», dices. ¿Dónde, dónde? Te lo suplico. Con toda certeza, en mi casa, en la cartera, en el arca; no quiero decir más. Dondequiera que lo tengas, ahora no lo tienes contigo. Ciertamente, piensas tenerlo ahora en el arca; quizá lo has perdido y vives en la ignorancia; quizá cuando vuelvas no encuentres lo que dejaste allí. Busco tu corazón; te pregunto por lo que tienes en él. He aquí que llenaste tu arca e hiciste pedazos tu conciencia. Ve a un hombre lleno y aprende a estar lleno: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como plugo al Señor, así sucedió; sea bendito el nombre del Señor. Y había perdido todo. ¿De dónde, pues, sacaba estas piedras preciosas de alabanza al Señor?
6. Purifica, pues, tu corazón, en cuanto te sea posible; sea ésta tu tarea y tu trabajo. Ruégale, suplícale y humíllate para que limpie él su morada. No comprendes: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella nada se hizo. Lo que fue hecho era vida en ella, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. He aquí por qué no lo comprendes: La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. ¿Qué son las tinieblas sino las obras malas? ¿Qué otra cosa son las tinieblas sino las malas apetencias, la soberbia, la avaricia, la ambición y la envidia? Todas estas cosas son las tinieblas; por eso no comprendes. Pues la luz luce en las tinieblas; pero dame uno que la comprenda.
7. Pon atención, pues, por si puedes comprender de algún modo que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Por Cristo hombre tiendes a Cristo Dios. Dios es demasiado para ti, pero se hizo hombre. Quien distaba mucho de ti, al hacerse hombre está junto a ti. En cuanto lugar de reposo, es Dios; en cuanto camino, hombre. El mismo Cristo es el camino por donde vas y la meta a la que vas. El mismo, pues la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Asumió lo que no era sin dejar de ser lo que era. Se manifestaba su ser hombre y se ocultaba su ser Dios. Fue muerto en cuanto hombre y ofendido en cuanto Dios; pero resucitó como hombre y se halló ser Dios. Reflexiona, pues, sobre lo que hizo en cuanto Dios y lo que sufrió en cuanto hombre. Fue muerto, pero no en la divinidad; Cristo mismo fue muerto. No son dos, uno Dios y otro hombre, de forma que resulte o conozcamos no ya la Trinidad, sino una cuaternidad. El hombre es ciertamente hombre y Dios es Dios, pero Cristo en su totalidad es hombre y Dios, el mismo Cristo es hombre y Dios. Como tú eres hombre con cuerpo y alma, así Cristo entero es hombre y Dios. En consecuencia, Cristo entero consta de carne, alma y Dios. Sus palabras pertenecen unas a la divinidad, otras al alma y otras a la carne, pero todas pertenecen a Cristo. ¿Qué dice como Dios? Como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida en sí mismo. Todo lo que hace el Padre, lo hace el Hijo de igual manera. Yo y el Padre somos una sola cosa. ¿Qué dice Cristo según su alma? Mi alma está triste hasta la muerte. ¿Qué dice según la carne? Derribad este templo, y en tres días lo levantaré. Palpad y ved, que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Tales son los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.
8. Ciertamente, toda la ley se resume en dos preceptos: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos preceptos se resume toda la ley y los profetas. En Cristo tienes lo uno y lo otro. ¿Quieres amar a tu Dios? Lo tienes en Cristo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. ¿Quieres amar al prójimo? Lo tienes en Cristo: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
9. Que su gracia nos purifique; que nos purifique con sus riquezas y consuelos. Hermanos míos, por él y en él os insto a que abundéis en obras buenas, en misericordia, bondad y benignidad. Perdonad rápidamente toda ofensa contra vosotros. Nadie guarde rencor contra nadie, no sea que cierre el paso de su oración hacia Dios. Todo esto porque mientras vivimos en este mundo, aunque hagamos progresos, aunque vivamos justamente, aquí no vivimos sin pecado. Y no sólo son pecados los llamados crímenes, a saber, los adulterios, fornicaciones, sacrilegios, hurtos, rapiñas, falsos testimonios; no son éstos los únicos pecados. Mirar algo que no debías es pecado; escuchar con agrado algo que no debiste oír es pecado; pensar algo que no debía ser pensado es pecado.
10. Pero nuestro Señor, además de aquel baño de la regeneración, nos dejó otros remedios. Nuestra purificación diaria la tenemos en la oración del Señor. Digamos, y digámoslo de corazón, puesto que también se trata aquí de una limosna: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Dad limosna, y todas las cosas serán puras para vosotros. Recordad, hermanos, lo que ha de decir a los que estén a su derecha. No les dirá: «Hicisteis esta o aquella obra grandiosa», sino: Tuve hambre, y me disteis de comer; a los que estén a su izquierda no les dirá: «Hicisteis esta o aquella obra mala», sino: Tuve hambre, y no me disteis de comer. Los primeros, por su limosna, irán a la vida eterna; los segundos, por su esterilidad, al fuego eterno. Elegid ahora el estar a la derecha o a la izquierda. Pues decidme, os suplico: ¿qué esperanza de curación puede tener quien es perezoso en aplicar los remedios estando frecuentemente enfermo? «Pero son enfermedades sin importancia.» Ponías juntas y te aplastarán. «Los míos son pecados leves.» ¿No son muchos? ¡Qué pequeñas son algunas cosas que oprimen y cubren a uno! ¿Qué hay más pequeño que las gotas de la lluvia? Llenan los ríos. ¿Qué más pequeño que el grano de trigo? Llena los graneros. Tú te fijas en que son pequeños, y no te das cuenta de que son muchos. Sabes poner tus ojos en ellos, pero cuéntalos, si puedes. Dios, sin embargo, nos ha dado un remedio cotidiano.
11. ¡Gran misericordia la de quien ascendió a lo alto e hizo cautiva la cautividad! ¿Qué significa hizo cautiva la cautividad? Dio muerte a la muerte. La cautividad fue hecha cautiva: la muerte fue muerta. Entonces, ¿qué? ¿Sólo esto hizo el que ascendió a lo alto e hizo cautiva la cautividad? ¿Nos abandonó? He aquí que estoy con vosotros hasta el fin del mundo. Fíjate, por tanto, en aquello: Repartió sus dones a los hombres. Abre el seno de la piedad y recibe el don de la felicidad.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 261, 1-11, BAC, Madrid, 1983, pp. 642-652)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Vistas de página en total

contador

Free counters!