sábado, 23 de marzo de 2013

Domingo de Ramos - San Ambrosio

1. Y aconteció que acercándose a Betfagé y Betania, en el monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos di­ciéndoles: Id a la aldea de enfrente, y al entrar en ella hallaréis un pollino atado, que todavía no ha sido montado por nadie. Con justa razón el Señor, después de abandonar a los judíos para habitar en el corazón de los gentiles, sube al templo; en reali­dad, ése es el verdadero templo en el que se adora a Dios, no según la letra, sino según el espíritu (Jn 4, 24); éste es el templo de Dios al que El mismo puso como fundamento no piedras, sino la firmeza de la fe. Todo lo cual significa que quienes es­taban llenos de odio, son abandonados, mientras que son recogi­dos quienes estaban dispuestos para el amor.
2. Y así, subió al monte de los Olivos para plantar, con la virtud de lo alto, las jóvenes olivas (Sal 127, 3), cuya madre es la Jerusalén de lo alto (Ga 4, 26). Sobre este monte mora aquel celestial jardinero, con objeto de que todos los que están enrai­zados en la casa de Dios (Sal 91, 14), puedan decir con toda ra­zón: Yo soy como una oliva fructífera en la casa del Señor (Sal 51, 10). En ese monte puede verse también una figura de Cristo. Porque quién que no sea Él puede producir no ya tales olivas, plantadas bajo la abundancia de sus bayas, sino los frutos de esas naciones que se hacen fecundas por la plenitud del Espíritu? Él es ese camino por el que subimos y Él es también el monte al que subimos. Él es la puerta, Él es el camino, El quien es abierto y quien abre, El, en fin, donde llaman los que entran y al que adoran los perfectos.
3. Había pues, en la granja un pollino que estaba atado con la asna. Sólo por orden del Señor podía ser desatado. Las manos de los apóstoles lo desataron; ahí tienes un modo de actuar, he ahí un camino y una gracia. Sé tú como ellos para que puedas desatar a los que están atados.
4. Ahora examinemos quiénes eran esos que, una vez des­cubierto el engaño, fueron arrojados del paraíso y como apresa­dos en una fortaleza. Presta atención para comprender cómo los que han sido vencidos por la muerte, son resucitados por la vida. Por eso Mateo ha usado la presencia de los dos animales, la asna y el pollino, con el fin de que, de igual manera que en los dos hombres fueron ambos sexos los que sufrieron la expul­sión, así fuesen llamados en la figura de dos animales de uno y otro sexo. Y así, en el asna está figurada Eva, madre en el error, mientras que en el pollino se ve simbolizada la totalidad de la gentilidad. Por esa razón el pollino es el que va a servir de cabalgadura.
5. Y en efecto, nadie le había montado, ya que, antes de Cristo, nadie había llamado a las naciones para formar una iglesia. Y por eso muy bien lees en Marcos: sobre el cual nadie ha montado todavía (11, 2). Estaba cautivo en las cadenas de la incredulidad y, unido a un maestro malvado, se había entregado a servir al error, y así no podía reivindicar ese dominio suyo, cosa que no le venía por la naturaleza, sino a causa de la culpa. Por ello cuando el Señor dice que sólo hay que reconocer a uno —pues, aunque hay muchos dioses y muchos señores, esto está usado en sentido general— se refiere al único Dios y Señor. Por tanto, si es cierto que no está del todo preciso que se trata del Señor, con todo aparece bastante clara una designación de Él, aunque no se haga mención de su persona sino a través del carácter universal de su naturaleza.
6. Marcos pone el detalle de que estaba atado a la puerta (11, 4); y a la verdad, cualquiera que no está en Cristo, está dentro. Y añade: Estaba en el Camino (ibíd.), es decir, donde no hay nada propio ni seguro, o en otras palabras, que no tenía ni cobijo ni comida ni cuadra. ¡Miserable esclavitud la de aquel cuyo único derecho es la indecisión!, porque teniendo muchos amos, no tiene al Único que le hace falta. Aquéllos atan con el fin de poder usar de ellos, Este los desata para atraerlos; pues sabe bien que los dones elaboran fuerzas más potentes que las cadenas.
7. Y no deja de tener interés que fueran enviados dos discípulos, que representan a Pedro, que se dirigió a Cornelio (Hch 10, 24), y Pablo a los restantes. Aunque con ello no especificó las personas, sino que sólo indicó el número. Con todo, si alguien quiere saber qué personas fueron las enviadas, puede pen­sar que uno fue Felipe, a quien envió el Espíritu a Gaza, cuando bautizó al eunuco de la reina de Candace y esparció la palabra del Señor por todas las ciudades comprendidas desde Azoto hasta Cesarea (Hch 8, 26ss). Y no hay que pasar por alto que les prometió volver pronto, ya que él enviaría a los que debían pre­dicar al Señor Jesús a todos los gentiles.
8. Y cuando los encargados desataron al pollino, ¿usaron, acaso, palabras propias? No, sino que dijeron lo que les ha­bía preceptuado Jesús, y esto para que conozcas que la fe no se puede injertar en los pueblos gentiles a través del propio lenguaje, sino por medio de la palabra de Dios; ni tampoco en nombre propio, sino en el nombre de Cristo, y para que te des cuenta también que el poder enemigo, que reclamaba para sí el home­naje de esas gentes, está plenamente dominado por el poder de Dios.
9. ¡Por eso los apóstoles extendieron sus vestidos a los pies de Cristo, porque tenían que ir anunciando la gloria del Señor por medio de la predicación del Evangelio; y es que muchas veces en las Escrituras los vestidos representan las virtudes, las cuales, con una eficacia propia, llegan a ablandar un poco la dureza de los gentiles, procurando, por medio de un celo bien dispuesto, prestar el servicio de un cabalgar fácil y sin violencia. Porque, en efecto, el Dueño del mundo no encontró su verdadero  placer en llevar su cuerpo montado sobre el asna, sino que, por un misterio secreto, quería penetrar en el fondo de nuestra alma, e instalarse en lo más profundo de nuestro corazón, y tomar allí asiento como un místico caballero, y posesionarse de él de un modo corporal por su divinidad, regulando los pasos del alma, frenando los impulsos de la carne y educando al pueblo gentil en esta suave dirección, a fin de disciplinar sus sentimien­tos. ¡Felices aquellos que han recibido sobre las espaldas de su alma a un tal caballero! ¡Verdaderamente dichosos aquellos cuya lengua, para que no se desate en un multiloquio vano, ha sido frenada por la brida del Verbo celestial!
10. Y ¿cuál es esta brida, hermanos míos? ¿Quién me pue­de enseñar de qué manera se podrá llevar a cabo esa acción de cerrar o abrir los labios de los hombres? Con todo, es cierto que quien me ha mostrado la brida es aquel que dijo: A fin de que la palabra me sea dada para abrir mis labios (Ef 6, 19). La pala­bra es la brida, ella es como un aguijón, y por eso te es duro dar coces contra el aguijón (Hch 9, 5; 26, 14). Con lo cual nos quiso enseñar a abrir nuestro corazón, a endurecer el aguijón y a aceptar el yugo; que otro nos enseñe el modo de soportar el freno de la lengua; pues es más rara la virtud del silencio que la del bien hablar. Que nos adoctrine a perfección sobre ella Aquel que, como si estuviera mudo, no abrió su boca contra la maldad, preparándose para los azotes (Sal 37, 14) sin huir de los golpes, y todo ello con el fin de disponerse a ser una dócil ca­balgadura de Dios.
11. Aprende de ese siervo de Dios a llevar sobre ti a Cris­to, ya que Él te llevó a ti primero cuando, haciendo de pastor, te atrajo hacia Sí a ti, que eras una oveja descarriada (Lc 15, 6). Aprende a prestar de buen grado las espaldas de tu alma, apren­de a llevar sobre ti a Cristo, para que puedas tú estar sobre el mundo. No todos son capaces de llevar a Cristo con facilidad, sino sólo el que puede decir: Estoy desfallecido y sobremanera humillado, y la conmoción de mi corazón me hacía rugir (Sal 37, 9). Pero si no quieres ser víctima de esta conmoción, debes poner sobre los vestidos de los santos tus pasos ya purificados; ten cuidado de no caminar con los pies llenos de barro, no pre­tendas ir por sendas falsas, para que no tengas que abandonar los caminos que te muestran los profetas. Ya que todos los que sirvieron de precursores de Jesús, cubrieron todo el camino hasta el templo de Dios con sus vestidos, con el fin de preparar una marcha más segura a los pueblos que habían de venir después. Y para que tú pudieras caminar sin dificultad, los discípulos del Señor, despojándose del vestido de su propio cuerpo y por medio de su martirio, te han trazado un camino por entre medio de turbas hostiles. Y, por tanto, todo el que quiera entender este pasaje así, no encontrará como crítica nuestra posición, según la cual este pollino caminaba sobre los vestidos de los judíos.
12. Y ¿qué significan los trozos de ramos? De vez en cuan­do éstos entorpecen la marcha de los caminantes. Yo, ciertamente, habría permanecido perplejo si antes el buen jardinero de todo el mundo no me hubiese enseñado que el hacha ya está puesta a la raíz del árbol (Lc 3, 9), la cual cortará los árboles infecundos cuando venga el Señor de la salvación y cubrirá con la gloria vana de aquellas naciones que no dieron fruto el suelo por donde han de pasar los fieles, de suerte que esos pueblos, renovados en su alma y en su espíritu, puedan brotar sobre los viejos troncos como retoños de nuevas plantas.
13. Y no desprecies a este pollino, porque así como bajo pieles de ovejas se esconden lobos rapaces (Mt 7, 15), así, aunque de un modo inverso, el hombre guarda oculto en su corazón las apariencias de un animal, ya que bajo el ropaje del cuerpo, que tenemos de común con los animales, vive pujante un alma llena de Dios. Por lo que se refiere a la participación de los hombres mismos, San Juan nos manifestó con claridad que la hubo cuando añadió que cogieron ramos de palmeras en sus manos (Jn 12, 13), pues, el justo florecerá como una palmera (Sal 91, 13). Y por eso, al acercarse Cristo, alzaban sobre las espaldas de los hombres los estandartes de la justicia y los emblemas del triunfo. ¿Por qué la turba se admira del misterio que ha tenido lugar? Pero es cierto que, aunque no sepa de qué se admira, sin embargo, se llena de estupor porque en ese pollino va sentada la sabiduría, está presente la virtud y va montada la justicia.
14. No desprecies tampoco aquella asna que vio al ángel de Dios, al que no pudo ver un hombre (Nu 22, 23ss). Ella, al verlo, se apartó del camino y comenzó a hablar, para que comprendas que en los tiempos que han de venir, cuando llegue el día del gran ángel de Dios (Is 9, 6), los gentiles, que hasta en­tonces fueron asnos, también hablarán.
15. Con toda intención anotó Lucas que las turbas que ala­baban a Dios fueron a su encuentro al pie de la montaña, para significar que el que obraba el misterio espiritual venía, por su propio poder, desde el cielo. Y por eso las muchedumbres le re­conocen como a Dios, le aclaman como a su rey y repiten el dicho profético de: Hosanna al Hijo de David, es decir, decla­ran que el Redentor que esperaba la casa de David ya ha venido, afirmando asimismo que es también hijo de David según la carne, todo esto lo lleva a cabo esa misma turba que poco después lo va a crucificar. ¡Verdaderamente, el modo de actuar divino es de tal modo memorable que les arranca un testimonio, opuesto evi­dentemente a su manera de sentir y del todo contrario a ellos, que reniegan en sus corazones de Aquel al que alaban con los labios!
16. Y por eso el dicho del Señor: Si estos callaran, grita­rían las piedras; por lo cual, no sería de maravillar que, contra su naturaleza, las mismas rocas repitiesen las alabanzas del Señor, a quien hasta los criminales, de una dureza mayor que las rocas, alaban; y así, aunque los judíos se callaron después de la pasión del Señor, sin embargo, las piedras vivientes, de las que habla Pedro, debían gritar (P 2, 5). Y por esa razón la multitud, aun­que presa de un sentimiento contrario, sirve de escolta a Dios en­tre alabanzas, siguiéndole hasta llegar a su templo.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (1),  Libro 9 nn. 1-16, BAC, Madrid, 1966, pp. 530-537)

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