miércoles, 13 de febrero de 2013

El signo de la ceniza - Romano Guardini

Romano Guardini
La ceniza 

En el linde del bosque crece una flor llamada "espuela de caballero". Caprichosamente arqueadas sus hojas verdeoscuras, flexible y firmemente modelado el tallo esbelto; la flor como recortada en seda compacta, con un azul tan resplandeciente que inunda toda la atmósfera circundante. Si ahora viniese alguien y cortara la flor, se hartara de ella y la arrojase al fuego sólo unos pocos momentos, y todo el esplendor radiante sería una delgada capa de ceniza gris.
Pero lo que el fuego habría hecho aquí en breves instantes lo hace el tiempo constantemente con todo lo que es viviente; con el elegante helecho, con la elevada candelaria, con el poderoso roble firmemente erguido. Lo hace tanto con la mariposa ligera como con la golondrina veloz, con la ardilla inhábil y con el toro macizo.
Siempre es lo mismo, suceda rápida o lentamente por medio de una herida, de una enfermedad, por fuego, por hambre o por cualquiera otra cosa: en algún momento la vida floreciente será ceniza.
De figura robusta llegará a ser un montoncito ralo de polvo, al cual todo viento desparramada; de colores brillantes, polvo grisáceo; de cálida vida rebosante y sensible, tierra escasa. Menos que tierra: ¡ceniza!
También a nosotros nos ocurre:
"Acuérdate hombre, polvo eres y en polvo te convertirás".
Caducidad —esto es lo que la ceniza expresa. Nuestra caducidad —no la de otros, ¡la mía! Y ésta mi caducidad la expresa ella cuando el sacerdote al comienzo de la Cuaresma, me marca sobre la frente con la ceniza de las anteriormente verdes palmas del Domingo de Ramos del año pasado:
"Memento horno quia pulvis es et in pulverem reverteris!".
Todo se convertirá en ceniza: mi casa, mi ropa, mi herramienta y mi dinero; campo, pradera y bosque; el perro que me acompaña y el ganado del establo; la mano con la que escribo, el ojo que lee, todo mi cuerpo; los hombres que he amado, los hombres que he odiado y los hombres que he temido. Lo que sobre la tierra me ha parecido grande y lo que me ha parecido pequeño —todo ceniza...
(ROMANO GUARDINI, Los Signos Sagrados, Ed. Librería Emmanuel, 1983, pp. 43-44)

 

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