jueves, 29 de noviembre de 2012

Zoología espiritual (2) Las almas cigarrones - San Manuel González García



Texto de San
 Manuel González García
en Granitos de Sal
Segunda Serie
Zoología espiritual
Las almas cigarrones

         Un tantico extraño es el título, ¿verdad?
         ¡Ojalá lo fuera tanto lo significado por el titulejo!
         Porque habrán de saber, que en un estudio que he hecho de los modos que las almas tienen de moverse, he encontrado grandes y curiosas analogías entre el modo de andar de las almas y de ciertos animales.
         La vida, se ha dicho muchas veces, es un camino que empieza en la cuna y termina en el sepulcro. Pues paralelamente a ese camino de la vida del cuerpo, tiene que recorrer el alma de todo hombre otro camino que figurando un plano inclinado, de muy acentuada inclinación, tiene en su parte baja una estación que se llama infierno y arriba otra que se llama gloria.
         Y por ese plano inclinado todos andamos, queramos o no, seamos creyentes o incrédulos, chicos o gigantes, con la sola diferencia de que unos van hacia arriba y otros van hacia abajo.
         Y es por demás interesante detenerse un rato a contemplar el panorama tan pintoresco que representa ese pendiente camino.
         ¡Con qué trabajito y qué ahogos suben muchos de los que van hacia arriba! ¡Con qué risas y contentamientos andan os que van hacia abajo! Aquellos sudando, éstos riendo, aquéllos desgarrándose las propias carnes con los guijarros de la cuesta, éstos orlándose las sienes con coronas de rosas y derramando el espumoso vino de sus orgías al parecer inacabables.
         Pero todos, los que suben y los que bajan, siempre andan; unos de prisa como liebres, otros despacio como tortugas, unos volando como águilas, otros arrastrándose como anguilas. No se ve ni a uno solo que esté parado, y aunque algunos se esfuerzan por quedarse quietos, sin subir ni bajar, no llegan a conseguirlo.
         Contemplando este panorama, se me ha ocurrido que no sería de poco provecho alentar a los que suben, enseñándoles buenos y seguros modos de subir, y prevenir a los que bajan advirtiéndoles los grandes daños que se preparan si llegan a entrar por la estación del barrio bajo.
         Y empiezo por los que

Creen subir y no suben
         ¿Conocen ustedes los cigarrones?
         O vulgar de su figura me releva de describirlos.
         Quiero que sólo os fijéis en lo desatinado e irregular de sus vuelos.
         ¡Pobres muchachos los que se dedican a la intrincada tarea de coger cigarrones!
         Desde el cáliz de una flor, en donde posaba dándose aires de imperial ruiseñor, salta al charco de cieno de donde a lo mejor no puede salir; lo mismo gira hacia el norte que hacia el sur, hacia arriba como hacia abajo; con el mismo afán huye de su perseguidor como se pone bajo sus manos. Vuela y salta sin rumbo fijo ni regla cierta.
         Los pájaros vuelan hacia su nido, hacia el granito de trigo, hacia el agua, hacia la altura libre de riesgos; vuelan llevados por su certero instinto de conservación.
          Los insectos volanderos también vuelan para algo, aunque no sea más que para probar la sangre y la paciencia de los llamados reyes de la creación, los pobres hombres.
         Los cigarrones saltan y brincan porque sí; para no tener lugar fijo ninguno, no tienen ni aun nido.
         ¡Vaya usted a averiguar los pasos o los vuelos de esos caballeritos!
         Pues así precisamente son muchas que ustedes y yo conocemos: son almas que unas veces tienen cantos y contoneos de ruiseñor que lo dejan a uno embelesado, y otras, desde las alturas de la más fina ascética, se zampan en el cieno o en los charcos sucios de las vanidades y locuras y corrupciones del mundo.
         Almas que alternan la Comunión diaria con el teatro de todos os colores y el baile de todas las maneras, diarios también, que lo mismo lloran desgarradas por la pasión y muerte del Señor que por el suicidio del galán de su novela; que el día y la hora que dedican a ser cristianas, se dejan, al parecer, atrás a los santos más encumbrados, y en las horas y en los días que dedica al mundo dan quince y raya al más refinado de todos los mundanos.
         Almas que con la misma prisa y gana se dan a una amistad, a una devoción, a una práctica como se apartan de ella.
         Almas entre cuya variedad, multiplicidad y sucesión vertiginosa de sentimientos, caracteres, aficiones, entusiasmos y vida se habrán ustedes preguntado como yo me pregunto: ¿son ellas las locas o nosotros?
         ¿Verdad que al ver esas almas tan saltonas se acuerda uno instintivamente de los cigarrones?
         Y cigarrones son de verdad en la piedad, en el cariño, en los sentimientos, en la amistad, en las relaciones sociales, en los entusiasmos, en todo cuanto hacen, piensan y dicen.
         ¡Y abunda tanto el tipo! ¿Quién no ha tenido o tiene que sufrir en su familia, en sus relaciones, en los de arriba a quienes ha de obedecer, en los de abajo a quienes ha de mandar, o entre el montón de personas con quienes hay necesidad de tratar, quién no tiene, repito, entre todos esos algún cigarrón que sufrir?
         Y apuntando más de cerca, os diré que entre todas las clases de cigarrones que os he enumerado los más temibles y molestos son los que toman por campo de sus saltos y brincos la piedad.
         Preguntádselo a los confesores y directores de almas y, sin nombrar personas, os dirán lo que les hacen sufrir esas almas cigarrones en la piedad.
         Almas que piden cien veces plan de vida para no cumplir ninguno, que exigen mortificaciones a lo san Pedro Alcántara y no toleran una mala cara, quizá aparente, del director, que hablan de éxtasis y arrobos y a lo mejor se quedan sin Misa los días festivos, que quieren prender fuego al mundo con su caridad y tratan a puntapiés a sus criados, que no saben dar culto a un santo o practicar una devoción sin despreciar u olvidar todos los demás.
         Almas que cambian de confesor y devociones y de iglesia y de orientaciones con más facilidad que se cambian de traje. Y lo peor del caso es que en medio de tanto volar llegan a creerse que ¡suben!
         ¡Ay cigarrones místicos, cuántas veces ponéis a prueba la cabeza y la paciencia de los pobres padres de almas!

¿La explicación?
         No es muy fácil que digamos la explicación de esas irregularidades cigarronescas de las almas.
         Quizá esos mismos insectos nos la den.
         Sin meterme a zoólogo, ni muchísimo menos, yo creo que los cigarrones saltan y vuelan tan desatinadamente obligados por su misma configuración fisiológica.
         El cigarrón es un insecto de poca cabeza, muchas alas y sin cola.
         ¿No os parece que de esa abundancia de alas para correr y de esa falta de cabeza para dirigir y ausencia de cola o timón para orientarse tiene que salir un vuelo alocado y sin tino?
         Fijaos en las almas cigarrones. Estudiadlas un poco y observaréis en ellas lo mismo que en éstos: poca cabeza, ausencia total de dirección espiritual, y sobra de alas de imaginación y nervios.
         ¡Qué tres puntos para cada uno de nosotros le eche un ratito de rumia espiritual!
         Porque no sólo hay muchas almas-cigarrones de oficio, sino que somos muchos los que a lo mejor cigarroneamos…

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