sábado, 24 de noviembre de 2012

Solemnidad de Cristo Rey (ciclo b) Mons. Castagna

Solemnidad de Cristo Rey

25 de noviembre de 2012
Juan 18, 33b-37
          Ser regidos por la Verdad. Jesús rechaza explícitamente que pretendan atribuirle un reinado sobre una nación particular. Él es Rey pero no de los judíos, como titulará erróneamente la causa de su condena. Ante la pregunta directa de Pilato, Jesús responde sin titubear: “¿Eres tú el rey de los judíos?”… “Mi realeza no es de este mundo”. “¿Entonces tú eres rey? Jesús respondió: Tú lo dices; yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Juan 18, 33-37). El que gobierna está al servicio de un pueblo que necesita ser regido por la verdad. De allí viene la realeza de Cristo. Él es la Verdad que rige en el amor a quienes se disponen a enrolarse en sus filas y participar del misterio de su Vida. Con esa clave de interpretación se entenderán sus palabras y su inmolación en la Cruz. También su original enseñanza sobre la autoridad como servicio. El rey es un humilde servidor de su pueblo: se comporta como el último, se postra frente a los más pequeños y les lava los pies, comparte su mesa con ellos y los sirve, los cuida y los recupera si se extravían. El término “pastor” le cabe mejor que el de “rey”. Cristo es rey muriendo por todos los que están llamados a ser su pueblo y se autocalifica el “Buen Pastor” que da la vida por ese pueblo.
          El valor pacificador del reinado de Cristo. Concluimos el año litúrgico 2012. El próximo domingo - con el Adviento - se inicia uno nuevo (2013). Es oportuno pensar en la levedad del tiempo y su inexorable tendencia a confluir en la eternidad. La liturgia de la Palabra de las últimas semanas ofrece la ocasión de reflexionar sobre el vertiginoso andar de la vida temporal. En ese pensamiento está incluido el acontecer de la muerte como umbral biológico a lo definitivo de la vida (o de la muerte). Decíamos que la Verdad regidora de nuestra nueva Vida es Cristo. Los Apóstoles exponen su convicción de que Cristo ocupa el centro de la existencia humana, a partir de la prueba de su divinidad: la Resurrección. Mientras no centremos nuestra vida en el Hijo de Dios encarnado no lograremos el equilibrio que anhelamos. La realeza de Cristo que “no es de este mundo” consiste en regir el comportamiento histórico de la humanidad desde su clara identidad y misión como “Camino, Verdad y Vida”. A ese propósito se dirige la acción evangelizadora de la Iglesia. El Reinado de Cristo no es un dominio opresor, al contrario; ya que está instituido sobre la base de la libertad de sus ciudadanos, logra su perfecta realización en el amor. Si los gobernantes de nuestro mundo conocieran el valor pacificador del dominio de Cristo, lo adoptarían como Rey y se someterían, sin dejar ellos de gobernar a sus propios pueblos, a la Verdad que presintió Pilato.
          La Verdad que conduce a la Vida. Cristo trae consigo todos los valores y elimina el pecado y sus consecuencias. No es una opción más entre múltiples posibilidades. Es la Verdad que conduce a la Vida. Es natural que el mundo tema a la muerte y, por lo mismo, es una inexplicable contradicción todo amago por crear la “cultura de la muerte”. La defensa de la vida, desde la concepción hasta muerte natural, integra esencialmente el Evangelio que la Iglesia tiene el deber de predicar a todos los pueblos. El sendero para entenderlo es la fe. Los Apóstoles, como primero misioneros, advirtieron que la Buena Nueva, y sus contenidos, no serían entendidos y aplicados como norma de vida, mientras el don sobrenatural de la fe no abriera el entendimiento a la Verdad propuesta. En la mejor tradición apostólica, el Papa Benedicto XVI, ha iniciado un año dedicado a la fe. Acaba de ser propuesta, como testigo de la fe, la joven religiosa argentina Beata María Crescencia Pérez. En ella, y su violácea humildad, Dios (y la Iglesia) ha encontrado un camino directo al corazón del mundo actual. Toda prolija campaña, o discurso brillante, queda invalidada para el ejercicio de la evangelización, sin el testimonio de los santos.
          Los verdaderos testigos de Cristo resucitado. Los santos no son manufactura humana - ni de la Iglesia – los hace exclusivamente Dios. Corresponde a los cristianos que, ante el llamado bautismal, activen una generosa respuesta. El divino Artesano - el Espíritu Santo - cumplirá libremente su tarea artesanal, sin otro concurso que el humilde consentimiento de la persona agraciada. Así ocurrió en María y en José. ¿A qué nos conduce esta consideración? A escuchar a Dios y a obedecer lo que escuchamos. Allí obtenemos la felicidad proveniente de la fe. Santa Isabel exclama ante la joven prima visitante, y misteriosamente embarazada de Dios: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lucas 1, 45). No existe método misionero o evangelizador que sustituya al testimonio de los santos que, por creer, se cumple en ellos lo que el Señor promete únicamente a los humildes. La realeza de Jesucristo hace santos a los humildes y ciudadanos de su Reino.

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