viernes, 16 de noviembre de 2012

Domingo XXXIII (ciclo b) - San Juan Crisóstomo

Advenimiento
del Hijo del hombre
Ya, pues, que ha dicho cómo vendrá el anticristo, por ejemplo, en qué lugar, dice también cómo vendrá Él mismo. — ¿Cómo vendrá, pues, Él mismo? — Como el relámpago sale de oriente y brilla hasta occidente, así será el advenimiento del Hijo del hombre. Porque donde estuviere el cadáver, allí también se congregarán las águilas. ¿Cómo aparece, pues, el re­lámpago? El relámpago no necesita quien lo anuncie, no necesita de heraldo. Aun a los ojos de quienes están sentados dentro casas o en sus recámaras, en un instante de tiempo aparece él por sí mismo en toda la extensión de la tierra. Así se aquel segundo advenimiento, que aparecerá a la vez en toda las partes por el resplandor de su gloria. Y todavía habla de otra señal: Donde estuviere el cadáver, allí también se congregarán las águilas; es decir, la muchedumbre de los ángeles, los mártires y de los santos todos. Luego, de prodigios espantosos. ¿Qué prodigios serán ésos? Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días—dice—, el sol se oscurecerá. ¿Qué tribulación de aquellos días? La de los días del al anticristo y los falsos profetas. Grande, en efecto, será la tribulación, cuando tantos serán los impostores. Pero no se prolongará por mucho tiempo. Porque si la guerra de los judíos abrevió por amor de los escogidos, con más razón se acortará esta prueba por amor de esos mismos escogidos. De ahí que no dijo: "Después de la tribulación", sino: Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá. Porque todo sucede casi al mismo tiempo. Los seudocristos y seudoprofetas vendrán perturbándolo todo, e inmediatamente aparecerá el Señor. A la verdad, no será pequeña la turbación que se apoderará de toda la tierra. Mas ¿cómo aparecerá el Señor?
Transformada ya toda la creación. Porque: El sol a oscurecerá; no porque desaparezca, sino vencido por la claridad de su presencia, y las estrellas del cielo caerán. Porque ¿qué necesidad habrá de ellas, cuando ya no habrá noche? Y las potencias del cielo se conmoverán. Y con mucha razón, pues han de ver tamaña transformación. Porque si, cuando fueron creadas las estrellas, de aquel modo se estremecieron y maravillaron  —Cuando nacieron las estrellas—dice la Escritura—me alabaron a grandes gritos todos los ángeles''—, ¿cuánto más se maravillarán y estremecerán viendo transformada toda la creación, y cómo rinden cuentas los que son siervos de Dios como ellas, y cómo toda la tierra se presenta delante del terrible tribunal y a todos los nacidos desde Adán hasta el advenimiento del Señor se les pide razón de todo lo que hicieron? Entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo, es decir, la cruz, que resplandecerá más que el mismo sol, puesto caso que éste se oscurecerá y esconderá y ella brillará. Y no brillaría si no fuera más esplendente que los rayos mismos del sol. ¿Por qué razón, pues, aparece la señal de la cruz? Para tapar con creces la boca a impudencia de los judíos. Ninguna justificación mejor que la cruz para sentarse Cristo en su tribunal, mostrando no sólo sus llagas sino la muerte ignominiosa a que fue condenado. Entonces golpearán las tribus. A la vista de la cruz, no habrá necesidad de acusación. Se golpearán, porque no sacaron provecho alguno de su muerte, porque crucificaron al mismo a quien debieran haber adorado. Mirad cuán espantosamente ha descrito e1 Señor su segundo advenimiento y cómo ha levantado los pensamientos de sus discípulos. Y ha puesto primero lo triste y después lo alegre para de esta manera consolarlos y animarlos. Y nuevamente les recuerda su pasión y resurrección y hace mención de la cruz en forma más brillante, a fin de que ellos no se avergonzaran ni tuvieran pena, pues Él había de venir llevando por delante la cruz misma por estandarte. Otro evangelista dice: Verán a Aquel a quien traspasaron.  De ahí por qué se golpearán las tribus, pues verán que es Él mismo. Y ya que hizo mención de la cruz, prosiguió: Verán al Hijo del hombre, que viene no sobre la cruz, sino sobre las nubes del cielo con grande poder y gloria. No pienses—dice—que, porque oigas hablar de cruz, va nuevamente a haber nada triste. No. Su venida será con gran poder y gloria. Si trae consigo la cruz porque quiere que el pecado de ellos sea condenado por mismo, como si el que sufrió una pedrada mostrara la piedra misma o los vestidos ensangrentados: Y vendrá sobre una nube tal como subió al cielo. Y al ver estas cosas, las tribus se lamentarán. Y no será lo malo que se lamentarán, sino que tal lamento será darse su propia sentencia y condenarse a sí mismos. Luego, de nuevo: Enviará a sus ángeles con gran trompeta, y congregarán de los cuatro vientos a los elegidos, de un punto a otro de los cielos. Al oír esto, considerad el castigo de los que queden. Porque no sufrirán sólo el castigo pasado, sino también éste. Y como antes dijo que dirían: Bendito el que viene en el nombre del Señor, así dice aquí que se golpearán. Y es así que como les había hablado de terribles guerras, por que se dieran cuenta que justamente con los castigos de acá les esperaban los suplicios de allá, los presenta golpeándose el pecho y separados de los elegidos y destinados al infierno. Lo que era otro modo de despertar a sus discípulos y mostrarles de cuan grandes males habían de librarse y de cuán grandes bienes gozar.
Temor de aquel día terrible
Y ¿por qué llama el Señor a sus elegidos por medio de ángeles, si ha de venir Él tan manifiestamente? Porque quiere honrarlos también de este modo. Pablo, por su parte, añade que serán arrebatados sobre las nubes. Así lo dijo hablando de resurrección. Porque: El Señor mismo—dice—bajará del cielo a la voz de mando, a la voz del arcángel. Así, después de resucitados, los reunirán los ángeles y, después de reunidos, los arrebatarán las nubes. Y todo ello en un momento, en un punto de tiempo indivisible. Porque no los llama el Señor quedándose en el cielo, sino que viene Él mismo al son de la trompeta. ¿Y qué necesidad hay de trompeta y de sonido? La trompeta servirá para despertar y para alegrar, para representar el pasmo de los que son elegidos y el dolor de los que son abandonados. ¡Ay de nosotros en aquel terrible día! Cuando debiéramos alegrarnos al oír todo esto, nos llenamos de pena y nos ponemos s y cariacontecidos. ¿O es que soy sólo yo a quien eso pasa y vosotros os alegráis de oírlo? Porque a mí, cierto, cuando digo, un estremecimiento me entra por todo mi ser y amargamente me lamento y suspiro de lo más profundo de mi corazón. Porque poco me importa todo esto, lo que me hace temblar es lo que luego sigue en el Evangelio: la parábola de las vírgenes, la del que enterró el talento que se le había dado, la del mayordomo malo. Lo que me hace llorar es considerar cuánta gloria vamos a perder, cuánta esperanza de bienes, y eso eternamente y para siempre, por no poner un poco de empeño. Porque, aun cuando el trabajo fuera mucho y la ley pesada, aun así habría que hacerlo todo. Sin embargo, alguna excusa pudieran entonces tener muchos tibios; vana sin duda pero, en fin, parecería que la tenían. ¡Eran tan extremadamente pesados los mandamientos, tanto el trabajo, tan interminable tiempo, tan insoportable la carga! Pero la verdad es que nada de esto cabe ahora pretextar. Lo cual no nos roerá menos que el infierno mismo en aquel tiempo, cuando veamos que por momento, por un poco de trabajo, perdimos el cielo y sus bienes inefables. Porque, a la verdad, breve es el tiempo y poco trabajo. Y, sin embargo, desfallecemos y decaemos. En la tierra luchas, y en el cielo eres coronado; por los hombres eres atormentado, y por Dios serás honrado; durante dos días corres y los premios durarán por siglos sin término; la lucha es en cuerpo corruptible, y la gloria será en el incorruptible. Y otra cosa hay también que considerar, y es que, si no queremos padecer algo por amor de Cristo, lo habremos de padecer de todos modos por otro motivo. Pues no porque no muramos por Cristo vamos a ser inmortales, ni porque no nos desprendamos del dinero por amor de Cristo nos lo vamos a llevar con nosotros de este mundo. E1 Señor no te pide sino lo que, aunque no te lo pida, tendrás que darlo, porque eres mortal. Sólo quiere que hagas voluntariamente lo mismo que tendrás que hacer a la fuerza. Sólo te pide que añadas el hacerlo por su amor.  Porque que la cosa haya de suceder y pasar, lo lleva la necesidad misma de la naturaleza. ¡Mirad cuán fácil es el combate! Lo qué de todos modos es forzoso que padezcas, quiérelo padecer por mi amor. Con sólo eso que añadas, tengo yo por suficiente la obediencia. Lo que has de prestar a otro, préstamelo a mí, y a más interés y con más seguridad. El nombre que vas a dar a otra milicia, dalo a la mía, porque yo sobrepaso con creces tus trabajos con mis recompensas. Pero tú, que prefieres siempre al que da más: en los préstamos, en las ventas y en la milicia, sólo no aceptas a Cristo, que te da más, e infinitamente más que nadie. Pues ¿qué tan grande guerra es ésta? ¿Qué tan gran enemistad es ésta? ¿Qué perdón, qué defensa puedes tener ya, cuando ni en aquello por que prefieres a los hombres a los prefieres Dios a los hombres? ¿Por qué encomiendas a la tierra tu tesoro? Dalo a mi mano, te dice. Dios. ¿No te parece más de fiar que la tierra es el dueño mismo de la tierra. La tierra devuelve lo que deposita en ella, y, a veces, ni tos te paga por dárselo que te lo guarde. De ahí que, si quieres prestar, Él está preparado; si quieres sembrar, Él lo recibe, si quieres edificar, al te atrae a sí. Edifica—te dice—en mi terreno. ¿A qué corres tras los pobres, tras los hombres, que son pobres mendigos? Corre en pos de Dios, que, aun por pequeñas cosas, te las procura grandes. Mas ni aun oyendo esto nos decidimos a ir a Él. Allí vamos apresurados donde hay luchas y guerras y combates y pleitos y calumnias.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre san Mateo, Homilía, 76, 3-5, Ed. BAC, Madrid, 1966, pp. 519-525)

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