sábado, 10 de noviembre de 2012

Domingo XXXII (ciclo b) - Mons. Castagna

11 de noviembre de 2012
Marcos 12, 38-44
          Aprender a vivir en la verdad. Jesús sabe calificar a los hombres no por lo que aparentan sino por lo que son. Así seremos calificados todos. No cabe, en la enseñanza del Maestro, la simulación y menos aún la manipulación de la verdad en provecho de los inocultables embusteros. Será severamente denunciada y condenada. Son muchos los lugares del Evangelio donde esta doctrina se reitera y confirma. Los escribas y fariseos han convertido en un mal identificado este comportamiento. Como siempre, al transcurrir el tiempo, el hábito vicioso de la mentira se agrava y mediatiza. La hipocresía que lo caracteriza se vuelve más escandalosa, hasta el extremo de que los más hipócritas llaman “hipócritas” a quienes honestamente exponen y viven la verdad. Jesús se indigna con la hipocresía de los escribas y fariseos, empeñándose, no obstante, en recuperar a quienes están sumergidos en ella. El calificativo de “hipócritas” molesta mucho a aquellos dirigentes de su pueblo porque deja al descubierto la falsificación de la doctrina - objetivamente cierta - y su investidura de “maestros”, aunque ellos traicionen lo que enseñan: “Entonces Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen” (Mateo 23, 1-4).
          Dan lo que les sobra y esquivan a los pobres. En el texto, que hoy nos entrega la liturgia, se produce otra escena, muy adecuada para la transmisión de la enseñanza del Señor: “Muchos ricos daban en abundancia (al tesoro del Templo). Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir” (Marcos 12, 41-44). No es calificada la limosna por su materialidad sino por el generoso gesto del donante. Aquellos ricos no daban mucho, dando a manos llenas, ofrecían muy poco, en comparación con la ofrenda monetariamente insignificante de la pobre viuda. A ellos les sobraba lo que daban y ella ofrecía, con sus pobres monedas de cobre, todo lo que poseía para vivir. La ofrenda es valiosa, a los ojos de Dios, porque significa todo y, por lo mismo, constituye el gesto de un auténtico amor. ¿Qué pasa entre nosotros, cristianos, herederos de aquellos que daban culto a Dios compartiéndolo todo? Se ha producido una vuelta a quienes “muy religiosos” dan algo de lo que les sobra y experimentan la satisfacción egoísta que los convierte en benefactores de un pobrerío, que en realidad esquivan sin piedad.
          El amor no es dar sino darse. El amor es generoso, lo da todo, logra que la persona se dé a sí misma. Dios es así; esencialmente es así, descrito simple y magistralmente por el Apóstol y evangelista San Juan: “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4, 8). Es un mensaje vigente, aunque parezca ingenuo y “humanamente” impracticable. El proyecto del Creador, luego ratificado y confirmado por el Redentor, se opone al que el egoísmo ha pergeñado a partir del acontecimiento desafortunado, producto del mal uso de la libertad. Me refiero al “pecado”, tomado con sorna por el lenguaje cambalachero e irresponsable de ciertos exponentes de la sociedad contemporánea.  El pecado existe, se comete a diario, es el anti amor. La tendencia indisimulada a acapararlo todo para provecho individual es un signo de la presencia activa del pecado. Se da a nivel personal, familiar y grupal. La eliminación de esa tendencia constituye una batalla que, por momentos, cobra la virulencia de una guerra despiadada. Manifestación de la misma constituyen las agresiones sacrílegas y blasfemias  de algunos grupos “feministas” que consideran a la Iglesia Católica como el obstáculo a su propósito de legalizar el crimen del aborto. Lo es, se trata de la vida, creada por Dios y criminalmente agredida por las fuerzas que propician la llamada “cultura de la muerte”.
          La ofrenda es lo que significa. En el gesto de la humilde viuda se expresa la llamada “sabiduría del pobre” con la que Dios cuenta para que se produzca la verdadera riqueza. Para que así sea es preciso darlo todo en lo que se ofrece, no importa que sea mucho o poco, destacado o insignificante. El amor da sentido a la pobreza de los pobres y relativiza los bienes cuantiosos de los ricos. La ofrenda es lo que significa. Puede expresar vanidad y orgullo o humildad y la gratuidad generosa del amor.

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