lunes, 8 de octubre de 2012

San Juan de Ávila y Santa Hildegarda de Bingen nuevos Doctores de la Iglesia - Card. Ángelo Amato

Entrevista  al  Cardenal Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, concedida  a L’Osservatore Romano sobre la declaración, por parte del Papa Benedicto XVI, de dos nuevos doctores de la Iglesia: Santa Hildegarda de Bingen y San Juan de Ávila.

¿Qué representa hoy la proclamación de un doctor de la Iglesia? Desde el punto de vista teológico y pastoral, ¿qué aspectos se ponen de relieve con este acto?
          Digamos, en primer lugar, que el título de doctor de la Iglesia universal es conferido a aquellos santos y santas, precisamente como santa Hildegarda de Bingen y san Juan de Ávila, que, con su eminente doctrina, han contribuido a la profundización del conocimiento de la divina Revelación, enriqueciendo el patrimonio teológico de la Iglesia y procurando a los fieles el crecimiento en la fe y en la caridad. Éste es, en una apretada síntesis, el significado de la proclamación de doctor de la Iglesia. Desde un punto de vista teológico, se ponen en evidencia aspectos inéditos de la verdad evangélica y, desde un punto de vista pastoral, se suscita en los fieles un renovado llamado a la coherencia de vida. Además de por la santidad de vida, por lo tanto, los doctores de la Iglesia se distinguen por una particular excelencia doctrinal y pastoral.

¿En qué consiste la eminens doctrina de los dos doctores? ¿Qué decir, por ejemplo, de la abadesa benedictina Hildegarda de Bingen?
          La benedictina alemana Hildegarda de Bingen (1098-1179), fundadora y abadesa de dos monasterios, en sus obras enuncia una doctrina eximia por profundidad, originalidad y fidelidad al dato revelado. Animada por una auténtica caridad intelectual, ella enuncia con densidad de contenido y frescura de lenguaje el misterio de Dios Trinidad, de la Encarnación, de la Iglesia, de la humanidad.

¿Puede dar algún ejemplo?
          Como ejemplo, digamos algunas características de su antropología. Hildegarda parte de la narración bíblica del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios (cfr. Génesis 1, 26). Ella ve la imagen divina del hombre en su racionalidad, hecha de intelecto y voluntad. El intelecto puede distinguir el bien del mal y desarrolla la función de magister, que permite entender cada cosa, también la divinidad y la humanidad de Dios. La voluntad impulsa al hombre a realizar cada obra, sea buena o mala. La Palabra de Dios educa la voluntad en la elección del bien. Para Hildegarda, además, el ser humano es visto como unidad cuerpo-alma con la apreciación positiva de la corporeidad en orden al mérito. Que el cuerpo no ha sido dado al hombre sólo como peso lo demuestra el hecho de que las almas de los santos desean ardientemente la reunificación con su cuerpo mortal. En consecuencia, la consumación escatológica significa una transformación y una resurrección del cuerpo para la vida eterna.

¿Qué enseña Hildegarda respecto a la relación hombre-mujer?
          En la relación hombre-mujer, Hildegarda reafirma la sustancial igualdad creatural de las dos creaturas. Además, la creación de Eva de la costilla de Adán es vista en referencia al hecho de que la mujer es dada al hombre como socia: “in consortium dilectionis”, “socia”. A diferencia de los autores del tiempo, que veían en el pecado original la extrema fragilidad femenina, para Hildegarda fue el ardiente de amor de Adán por Eva lo que dio ocasión al demonio de tentar en primer lugar a Eva. La lectura de su obra principal, Scivis, es instructiva al respecto.

¿Qué decir de san Juan de Ávila?
          San Juan de Ávila (1499/1500-1569) fue uno de los maestros espirituales más prestigiosos y consultados de su tiempo. Recurrieron a su sabiduría para una recta orientación de vida, entre otros, san Ignacio de Loyola, san Juan de Dios, san Francisco de Borja, santo Tomás de Villanueva, san Pedro de Alcántara, san Juan de Ribera, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz. San Juan de Ávila era también un excelente catequista y predicador y no dejaba de hacer un uso magistral de los escritos para exponer sus enseñanzas. Una peculiaridad suya es la afirmación de la llamada universal a la santidad para todos los bautizados. A lo largo de los siglos sus escritos han sido de gran inspiración para la formación sacerdotal y para la educación de los laicos. Particularmente actual resulta su insistencia en la santificación de los sacerdotes, expertos en la palabra de Dios y en la oración de la Iglesia, como clave de la continua reforma de la Iglesia.

¿Cómo ha comenzado el proceso que ha llevado a su doctorado? Obviamente no hablamos aquí del procedimiento canónico, sino de las motivaciones ideales para promover y sostener su doctorado.
          Son principalmente los pastores y los fieles quienes solicitan al Santo Padre que se realice este paso. En lo que concierne a Hildegarda de Bingen, por ejemplo, en una de las últimas peticiones (1979), los obispos alemanes pedían con insistencia el doctorado para la santa abadesa benedictina. Entre los firmantes, en tercer lugar estaba la firma del entonces cardenal Joseph Ratzinger. Los obispos ponían en evidencia tanto la eminens doctrina como la actualidad del pensamiento hildegardiano. En particular: su capacidad carismática y especulativa, que puede incentivar espiritualmente la teología contemporánea; con Hildegarda se daría un modelo y un estímulo para su compromiso científico y pastoral a las muchas mujeres formadas académicamente en teología; la comprensión de la naturaleza como creación de Dios, muy presente en los escritos hildegardianos, es de particular interés hoy; el doctorado daría un fuerte impulso al ideal femenino de consagración; finalmente, también su obra musical podría tener una cierta influencia positiva sobre la actual música de iglesia.

¿Y respecto a san Juan de Ávila?
          Para san Juan de Ávila el movimiento para la promoción de su doctorado comenzó desde su canonización, que tuvo lugar en 1970. El título de maestro, atribuido tradicionalmente al santo, motivaba la hipótesis de un doctorado, promovido sobre todo por la Conferencia episcopal española. Se ponía en evidencia el carisma de sabiduría conferido a él por el Espíritu Santo para el bien de la Iglesia y la influencia benéfica de su enseñanza sobre el pueblo de Dios y en especial sobre los sacerdotes.

La última proclamación de un doctor de la Iglesia tuvo lugar en 1997 con Teresa de Lisieux, casi una contemporánea nuestra. ¿Qué actualidad, entonces, pueden tener estos dos nuevos doctores, que han vivido respectivamente en el siglo XII y en el siglo XVI?
          Creo que su actualidad surge de lo que hemos dicho antes. No hay que olvidar nunca que una doctrina original y eminente en el siglo XII o en el siglo XVI puede serlo también hoy. La eminens doctrina – al igual que la santidad – no pasa nunca. Los Padres de la Iglesia son un testimonio convincente de esto.

Santa Hildegarda es una monja benedictina y san Juan de Ávila un sacerdote. ¿Qué pueden decir a los laicos?
          A los laicos, como por otro lado a todos, ellos pueden inspirarles pensamientos de santidad, pero también iluminarlos con sus reflexiones teológicas, espirituales, catequéticas, formativas. Ellos enseñan que la unión con Dios y la realización de la voluntad divina son bienes que deben desearse ardientemente. Los cristianos se sentirán animados a traducir en la práctica de la vida el anuncio evangélico en nuestra época. Además estos doctores advierten que el mundo puede ser recto y administrado con justicia sólo si se lo considera creatura del Padre amoroso y providente que está en los cielos.

¿Hay alguna razón para proclamarlos al mismo tiempo Doctores de la Iglesia?
          Se trata de coincidencia fortuita o, si queremos, de una elegancia de la divina Providencia, cuyo significado debe ser descubierto. Por nuestra parte, damos gracias al Santo Padre por este don precioso a la Iglesia de Cristo.


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