sábado, 6 de octubre de 2012

Domingo XXVII (ciclo b) - Mons. Domingo Castagna

Mons. Domingo Castagna
7 de Octubre de 2012

Marcos 10, 2-16
          La libertad y el amor perfecto. El amor auténtico se orienta a lo definitivo. Dios así es. Es para siempre y desde siempre. El hombre está llamado a esa perfección del ser: “Sean perfecto como el Padre Celestial es perfecto”. La exigencia de indisolubilidad procede de esa principal vocación. Para ello toda persona ha sido dotada de libertad. Lamentablemente el pecado ha herido de muerte ese don inapreciable. Otorgado para el amor ha perdido su verdadera orientación y se ha convertido, por su mal uso, en instrumento de la violencia fraticida y del odio. Es el mal estado “de los corazones”,que no pudo corregir la ley de Moisés y que Cristo Redentor vino a remediar conformando al hombre al proyecto divino original. El texto evangélico, correspondiente a este domingo, es claro: “Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Marcos 10, 5-9). Los legisladores contemporáneos han hecho de Moisés sin advertir que el Salvador ha restablecido con su gracia la vigencia del mandamiento de Dios. La “dureza del corazón” no se corrige con una ley, por más unanimidad legislativa que ostente, necesita la gracia del Cristo vivo.
          La gracia de la Palabra cambia los corazones. La Iglesia, como evangelizadora del mundo, no debe cesar de predicar la Palabra divina. San Pablo exhorta a su colaborador, el obispo Timoteo: “…proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar” (2 Timoteo 4, 2). La Palabra de Dios suscita la fe y, por medio de la fe, la gracia cambia los corazones de quienes creen. Dios no deja de ser comprensivo y compasivo con los débiles y les proporciona su auxilio para que dejen de serlo. La mentalidad que predomina en nuestra sociedad define como “normal” esa debilidad. Falseado el concepto del amor sus expresiones prácticas se convierten en burdas falsificaciones.  Es lamentable que, ya presente el Salvador, se persista en sostener prácticas anteriores a la Redención. Por lo que Jesús declara - en el texto bíblico escuchado - es preciso orientar la vida a la verdad que Él expone, no a las prescripciones permisivas de algunas cláusulas de la ley mosaica. En su enseñanza la indisolubilidad del matrimonio recobra su original definición: “Desde el principio de la creación… que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Allí mismo queda desautorizada toda unión marital que no sea entre un hombre y una mujer: “Desde el principioDios los hizo varón y mujer…
          La Verdad no es enemiga de nadie. La fe católica expone continuamente el Evangelio como la Verdad suprema a creer. No cae bien al mundo del relativismo y de la negación de toda trascendencia. No obstante, la Iglesia, como responsable de la predicación apostólica, tiene el deber de llegar a todos - a todos los pueblos y a sus culturas  - y afrontar las inevitables contradicciones que conlleva su presencia. Por ello, no es enemiga de nadie y no considera su enemigo a nadie. Su único enemigo es el pecado, sustanciado en el odio y la violencia. De ninguna manera lo son las personas, buenas o malas, equivocadas o en la verdad. Jesús, constituido en comensal de “publicanos y pecadores”, es modelo de comportamiento para quienes lo siguen. Los fariseos, de entonces y de ahora, son quienes lo objetan y se empeñan en poner trabas a su misericordiosa relación personal. Sus palabras mantienen una inviolable coherencia con ese conmovedor acercamiento suyo a los hombres necesitados de reconciliación. Quienes lo personifican hoy - todos los miembros de la Iglesia - deben hacerlo presente como Verdad e imitar los gestos de vida que la comunican.
          El Evangelio no es una maza demoledora. A pesar de la firmeza y claridad de su enseñanza, sostenida contra viento y marea, Jesús no vino a pelearse con los hombres sino a ofrecerles la verdad y la salvación. Es difícil el equilibrio entre la precisión y objetividad de la doctrina y la relación amical con quienes piensan lo contrario y oponen sus propios preceptos a los mandamientos de Dios. No obstante, el Señor comparte la mesa de la amistad con ellos sin dejar de ofrecerles lo que vino a traer para ellos. El evangelio, en su persona y en su palabra, no es una maza demoledora sino la suave caricia del Padre que anhela celebrar la fiesta del reencuentro y del perdón con sus hijos vueltos a la casa familiar. Es aquí donde se pone en juego la armónica relación entre la sustancia de la Verdad y la forma de transmitirla. La honestidad inspira oponer la verdad al error y lograr el hospitalario ofrecimiento de Mateo a comer - a dialogar y compartir - con sus amigos publicanos y pecadores.  

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