miércoles, 8 de agosto de 2012

Los modos de orar de Santo Domingo de Guzmán



Carta de
Mons. Martín de Elizalde OSB
Obispo de Santo Domingo
en Nueve de Julio

          Queridos hermanos:
          Nos aprestamos a recordar una fecha diocesanamente significativa para nosotros, que llevamos el nombre del santo que es titular de la Iglesia Catedral: el 8 de agosto celebra la Iglesia Católica la festividad litúrgica de Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), fundador de la Orden religiosa de Predicadores, - más conocida hoy día como “Dominicos”. Ordenado sacerdote en 1194, fue canónigo en Osma, y después de ocupar diversas responsabilidades, se dedicó a partir de 1206 a la predicación itinerante en el sur de Francia, donde arreciaba un movimiento con doctrinas heréticas, cuyos simpatizantes eran llamados cátaros o albigenses, para invitarlos a retornar a la unidad católica. Con los discípulos y compañeros que se unieron a él, inició en Toulouse una nueva familia religiosa, con vocación misionera.
          Estos hermanos, dedicados a la predicación, cultivaron también con mucha seriedad la vida espiritual y profundizaron en el estudio y la reflexión teológica, convirtiéndose de esta manera en un instrumento valioso para la difusión del Evangelio, no solo entre los cátaros, sino en tierras de misión, incluidas nuestra América y el Extremo Oriente, y distinguiéndose también con la enseñanza de las ciencias sagradas, animando la vida académica en muchas universidades de prestigio. Sería muy largo enumerar a tantos santos y doctores, misioneros, entre ellos mártires y testigos de la fe, sabios predicadores y humildes religiosos. Baste señalar a San Alberto Magno y a Santo Tomás de Aquino, Doctores de la Iglesia, a muchos obispos y fundadores de Iglesias, a frailes de gran caridad y santa vida, como San Martín de Porres. Con el ejemplo y la espiritualidad de Santo Domingo nacieron monasterios de religiosas, y los laicos, hombres y mujeres, se formaron con sus enseñanzas, irradiando en todo el mundo un estilo de pobreza evangélica, amor por la verdad y acción misionera y caritativa, como la figura tan conocida y amada entre nosotros de Santa Rosa de Lima. Pero semejante expansión espiritual no hubiera sido posible sin el testimonio de la contemplación del Santo, profundamente arraigado en la oración personal, silenciosa, inspirada en la Palabra de Dios y alimentada en la Liturgia de la Iglesia. En este mes que se abre con la memoria litúrgica de Santo Domingo, el 8, y se cierra con la fiesta de Santa Rosa de Lima, el 30, dediquemos unos instantes a conocer mejor las manera de orar de Santo Domingo de Guzmán.
          Un antiguo biógrafo del Santo lo describe, diciendo que “consumía los días y las noche atendiendo sin descanso a la oración”. Aplicaba así el mandato de Jesús, que siempre debemos orar, de modo que la actitud orante, el recogimiento interior, el sentido vivo de la presencia divina, sean para el cristiano una realidad permanente. Justamente, porque sus hermanos frailes y sus discípulos y seguidores debían estar en medio del mundo, en contacto con muchas personas apartadas de la fe a las que debían atraer hacia el Evangelio, la oración constante era una necesidad, fuente de fortaleza, sacrificio espiritual y testimonio elocuente.
          La originalidad de Santo Domingo fue la unir la contemplación con la acción, el retiro del claustro con la predicación y la enseñanza, renovando para su tiempo y circunstancia el ejemplo de la vida perfecta de la primera comunidad cristiana, como la describen los Hechos de los Apóstoles. Así lo percibieron muy acertadamente sus contemporáneos, y quisieron dejarlo como un recuerdo viviente para sus continuadores. Un bello ejemplo de esta doctrina llevada a la práctica la encontramos en un antiguo escrito, compuesto en la segunda mitad del siglo XIII, unos sesenta años después de la muerte del Santo Patriarca, por Gerardo Frachet, y que se conserva en un precioso manuscrito de la Biblioteca Vaticana, que va acompañado con bellas ilustraciones. Estos “Nueve modos de orar” que queremos presentarles, son una breve y clara escuela de oración, y pueden sernos muy útiles a nosotros, que por el patrocinio de Santo Domingo, lo tenemos como protector y modelo tan cercano.
          El primer modo consistía en orar con una actitud humilde, inclinándose ante el altar y representándose a Cristo realmente presente, recordando los testimonios de los personajes bíblicos que se acercaban a Dios (reverencia). Después de esta introducción, en el segundo modo, Santo Domingo acostumbraba postrarse en tierra, repitiendo la plegaria del publicano: “Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador” (Lc 18, 13), expresando así la compunción de su corazón y el dolor por los pecados (penitencia). El tercer modo consistía en aplicarse a duras penitencias corporales, según la costumbre monástica de entonces (mortificación). El cuarto modo de orar era la contemplación de la imagen del Señor Crucificado, dirigiéndose hacia él con suma confianza y prolongando silenciosamente esa actitud contemplativa (consideración contemplativa). El quinto modo, en el oratorio del convento, era permanecer de pie delante del altar, con las manos abiertas ante su pecho, meditando con gran respeto y devoción, acompañando con sus gestos las intensas súplicas dirigidas a Dios. Lo mismo hacía cuando se encontraba de viaje, recogiéndose en oración, pero tan discretamente que no llamaba la atención (interioridad). El sexto modo era orar con los brazos extendidos, como el Señor en la cruz, pero esta forma no era frecuente, sino en situaciones graves e importantes, como cuando Dios hacía milagros por la intercesión del Santo (insistencia). El séptimo modo lo realizaba con frecuencia, “dirigido por completo hacia el cielo como flecha tensa en un arco”, y pedía por los discípulos suyos, los frailes de su Orden, para que se conservaran fieles en su vocación, con alegría (intercesión). El octavo modo lo cumplía después del rezo de la Liturgia de las horas, leyendo algún pasaje espiritual para escuchar la voz del Señor, con profundos sentimientos de veneración hacia el Evangelio (lectio). El noveno modo de orar lo ejercitaba cuando se encontraba de viaje, meditando y repitiendo la Palabra de Dios, sin distraerse, pero de manera que no incomodase a sus compañeros (incesante oración).
          Aún en las condiciones actuales, estas sencillas recomendaciones, avaladas por el ejemplo de Santo Domingo, siguen siendo válidas. Trabajando con atención y sencillez nuestra vida espiritual, frecuentando el encuentro con Dios en la oración, podemos esperar que nuestra vida cristiana se fortalezca y afiance, con frutos de santidad. Con mucho afecto, los saluda y bendice,

Mons. Martín de Elizalde OSB
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
Agosto 2011


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